lunes, 27 de octubre de 2014

Víctor Truviano "El Estado Babaji"





 

Víctor Truviano

“El Estado Babaji”

Madrid 25 de Octubre-2014



En una población cercana a la capital de España, pero lo suficientemente apartada como para no sentir el aliento de la neurosis de la gran ciudad, un grupo de gente va dejándose caer en una sala de piedra y madera. La escasa luz que filtra la sal de una lámpara New Age tiñe de naranja la penumbra, anticipando el estreno de “El Estado Babaji” auspiciado por Víctor Truviano, pránico total, respiracionista o inédico completo, las etiquetas inevitables le siguen, no sólo acompañando, sino precediendo. Esterillas, mantas, cojines y sacos de dormir incluso, se desparraman apretándose por el piso. Saludos, presentaciones, risas o reconocimientos. Es el eterno ritual de estos eventos tantas veces vivido, muchas otras esperado, no siempre compartido, ahora, por mí, del mismo modo. En seguida aparece Víctor cuando la luz, si cabe, es más baja, menos  intensa, casi como una consecuente reverencia. Algunos lo abrazan o besan sin que apenas haya aterrizado con sus escasos pertrechos, una pequeña mochila de viaje cilíndrica en realidad, que transporta los enseres del que vive en la no necesidad. Él se aposenta en un obligado hueco en el centro de la cabecera de la sala, entre la gente que está más que próxima, embutido entre los asistentes. Víctor acierta a reconocernos en la casi oscuridad y se acerca, familiar, a saludarnos. El abrazo de la eternidad, una vez más, se deja sentir. “Te quiero”, acierto a balbucear espontáneamente. “Gracias por venir” susurra, demostrando su enormidad a ras de suelo.

Víctor enciende su pequeña lámpara de barro alimentada con aceite de nuez. Cada movimiento, cada gesto, cualquier evolución suya en el espacio, es pura danza. Es muy fácil acertar a desentrañar la energía de su campo electromagnético a través de la forma, a pesar del cuerpo, recreando en la tridimensionalidad las sutilezas inalcanzables a la vista ordinaria, todo un ejercicio de espontánea sabiduría expresada hasta en el cuerpo. Un paño amarillo made in India, con estampados de Shiva y el mantra Om garabateado por todo adorno, ante él, en el suelo. Desnudez de parafernalia en estado puro, y sin embargo uno puede sentirse como en aquellos ancestrales templos del fuego en la lejana India. Todo está dispuesto en el exterior para satisfacer mínimamente la costumbre del adorno y del marco.

Sólo queda la tenue luz, ahora, de la lámpara.





Una breve recomendación técnica de establecer silencio las veinticuatro horas que durará el encuentro y el compartir, como a él le agrada decir. En realidad no hay limitación. Habrá una sesión prolongada desde las cero horas de ese sábado 25 de Octubre, hasta las cero horas del día siguiente. La publicidad ya avisó que no se ingeriría nada, como es habitual en este tipo de encuentros con él.

Una conciencia manifiestamente nueva se ha ido desperezando en la andadura de Víctor Truviano: la conciencia de Babaji. Ésta apertura a nivel planetario hubiera sido del gusto de él desplegarla en su Argentina natal, como ya estaba programado. Las causas no vienen ahora al caso, pero el destino quiso que se abriera aquí, en España, donde se le quiere igualmente y respeta, se le sigue y admira. Estamos seguros que el alcance de este ser tardará mucho en ser comprendido, así como la intensidad de su mensaje ahora también expresado como “Estado Babaji”. Hay algo, me atrevo a decir, profético en todo lo que expresa, más con hechos, si cabe, que con palabras. Porque  Víctor Truviano no es un hombre de largas explicaciones técnicas o filosóficas, y sin embargo sus discursos son las hojas más afiladas que hemos experimentado en toda nuestra extensa búsqueda entre swamis, lamas o maestros de todos los pelajes, cortando la ignorancia y la opacidad de las mentes más rebeldes con su pasmosa sencillez. Su más “peligrosa” arma siempre me pareció, precisamente, esa sencillez. Arma por otra parte de doble filo que los avezados en espesos e intelectuales discursos corren el peligro de obviar y no llegar a paladear antes de tragar sin masticar, eludiendo el sabor de lo inefable. Ahora, todas las ancestrales enseñanzas de todas las tradiciones recorridas, cobran un sentido. Cada rito, cada meditación, cada práctica, millones de mantras recitados, desembocan al fin en el mar de lo natural. Porque eso es Víctor para mí: el auténtico “estado natural” que tanto proclaman todas las vías iniciáticas que sobrevivieron a mi severa criba, después de años de búsqueda, -¿por qué no?- de lucha, de vida casi sin vivir, esfuerzo y aplicación, esmero y diligencia, encanto y desencanto, encuentros y crisis, de aceptación y entrega, y crítica y rechazo. La sabiduría de Víctor está impresa en su cuerpo, expresada en la forma, desplegada en cada ademán que jamás pasa inadvertido a la despierta atención que sabe escudriñar en la apariencia.

Comienza a esparcirse el mantra de mantras, el sonido primordial del Om en el ambiente, y algo me dice que es mi primera vez tras millones de veces entonado por mi garganta, algo des-cubierto, ancestralmente fresco, como la llama eterna que arde en la pequeña lámpara de barro exenta de la más mínima distracción decorativa en su función. Le siguen otras recitaciones mientras Víctor va ubicándose cada vez en diferentes sitios de la sala, en la postura diamantina, entre los asistentes, desplegando con su increíble sencillez y cercanía la asombrosa conciencia Babaji.







El silencio vuelve a reinar cuando Vi se emplaza en su sitio.

Avanza la madrugada y, finalmente, se echa, como es su íntima costumbre. No es una postura que denote dejadez. Muy al contrario, con las manos en el pecho y abdomen, la presencia se hace más elocuente. Todos vamos cediendo al empatizar con él y nos echamos por espacios de tiempo más o menos duraderos. Como ya ha anunciado Vi, la meditación no es un asunto de esfuerzo y voluntad, es más, en primicia nos dice que será, con nosotros, la primera vez que medite en su vida. Y yo me quedo reflexionando estas palabras, esta concesión al hambre más peligrosa, el hambre del buscador espiritual, una raza cada vez más extendida y llena de excesos y folklores, que no duda en sucumbir a mil fundamentalismos en aras de la naturalidad, enarbolando la bandera del artificio religioso y cultural e importando mil modismos trasnochados no sólo inoportunos, sino, tal vez, también inoperantes en la piel de lo ajeno y lejano en el tiempo y el espacio. Sí, hay hambre en el hombre de comida, de sexo y emociones, de experiencias y sensaciones. Pero igualmente existe un hambre muy peligrosa: el hambre espiritual que alimentamos de ritos y mitos, de prácticas y purificaciones a veces hasta la mortificación, de entregas y enajenaciones, de folklores y renuncias cargadas de ignorancia que nos van alejando de nuestras vidas y, con ello, de nosotros mismos mientras buscamos la trascendencia. No es un mensaje fácil de comprender y, mucho menos, de asimilar. ¿Cómo hacer para no hacer? ¿Cómo practicar la no práctica? ¿En qué disciplina tengo que adiestrarme para conseguir el no-esfuerzo? Tenemos necesidad de no-necesidad y ésta se expresa en la incongruencia del lenguaje, en la contra-dicción, en la proclama de un polo expresando precisamente su contrario. Tal vez, sólo quizás, sea por ello que Víctor emplee de una manera tan precisa la palabra en su economía de medios, para evitar “alimentar” la bestia espiritual que se agita dentro nuestro buscando su ración de carnaza en cada evento de este tipo. Aquí el buscador al uso queda desarmado ante su propia hambre hasta, nos atrevemos a decir, devorarla.

Son otros tiempos, otras necesidades buscando la no necesidad. Otras oportunidades absolutamente diferentes a la tradición. Es otra expresión. Víctor no es tibetano, ni hindú, ni chino o japonés. Es un occidental como nosotros que sin embrago viene a hacernos vivir el perfume más auténtico acuñado en las leyendas de los Himalayas. ¿Hay poder o siddhi mayor que la no necesidad tantas veces enarbolada en este escrito? ¿Hay algo más desafiante a los ojos de la ciencia occidental y el severo sentido común que no precisar ni siquiera cubrir las necesidades biológicas más básicas del cuerpo, como comer o beber? Sí, él encarna en su grácil figura el poder y la fuerza de los antiguos rishis védicos. Es alguien que ha conquistado plenamente la absoluta inedia, el cuerpo pránico y, lo que es más, la conciencia pránica en ese cuerpo pránico. Ambas realizaciones coexistiendo en un ser a la vez. Y ese ser, ese hombre, se sienta entre nosotros sin más autoridad que su humanidad cercana, con su eterna amplia sonrisa como arma principal, un hombre de pocas palabras y clarividentes hechos que demuestra el movimiento en la quietud y la expresión más honda sin palabras. Que no necesita de efectismos ni parafernalias rimbombantes para convencer, ni publicidades o grandilocuencias para convocar aforos y grupos por todo el planeta.


Sí, el mensaje de Víctor Truviano es complejo en su sencillez, es esa simpleza tan intensa la que despista a las mentes ávidas de mensaje conceptual. Justa palabra, acción pura, transmisión real y viva. Nadie quedará indiferente en su presencia.

Todos nadamos en ese silencio en la sala apretada de humanidad. Vi se incorpora de cuando en cuando en su clásica pose marcialmente bella, con una pierna adelantada y sus brazos elegantemente extendidos para cruzar las manos delante de la rodilla y permitir una espalda absolutamente estirada. Una de esas veces comienza a trasladarnos el sentido del Estado Babaji.

“Todos nos creemos –nos dice- un grano de arena, pero en realidad somos un gran planeta en nuestro universo. Tenemos que sentir eso (en realidad nunca fuimos ese grano de arena) y aclarar los cambios que queremos establecer en nuestras vidas. Hay una gran posibilidad para nosotros si así lo creemos. Es más, todas las posibilidades están en  nosotros mismos, ¡somos esas posibilidades! Descubrirnos en nuestro potencial y demostrarnos a nosotros mismos y a los demás lo que valemos. El Estado Babaji acaso sea vivir desde la infinita posibilidad. Desde ahora todo puede ser así si lo deseamos.”







Nos solicita que cada uno exprese en voz alta una cualidad que defina nuestra aspiración en nuestras vidas y, como una invocación, vamos expresándolas, persona a persona. Las palabras van flotando en el aire de la sala. Son compartidas en ese espacio único y, lo más importante, son escuchadas por Víctor en ese mandala que abrió en la oscuridad y el silencio de la conciencia Babaji. Como un rito, el ser se ha manifestado en su necesidad, Desde el mundo de las causas se ha arrancado una intención al océano de la indefinición. En los procesos de Vi todo crece. En el último “proceso de 11 días” vivido en Ávila, España, dejó muy claro que no se circunscribía su alcance a sólo ese período de tiempo. El proceso duraría un año en nuestras vidas. Ahora siento lo mismo. La energía Babaji, esa oscuridad profunda e intensa que todo lo sustenta desde lo inefable, tan sólo ha comenzado a desperezarse en nuestras existencias, como la llamita de la pequeña lámpara de barro que arde y arde titilante, que de vez en cuando Víctor alimenta con aceite, con esmero, con gestos únicos y absolutamente desnudos de costumbre, repetición o automatismo. Hasta lo más mínimo cotidiano se torna extra-ordinario en las manos de este ser auspiciado por una de las Gracias más puras que se conocen en la historia de nuestra humanidad, el gran yogui inmortal universal de los Himalayas. Ese fuego que ya hemos visto en los templos de Nepal o la India que arde intenso y milenario ininterrumpidamente, expresando en el rito externo el poder del ardiente corazón, de la caverna interior en cada pecho que abre su fortaleza y se entrega sin remisión a un poder superior.

No, no estamos arreglando vidas con parches particulares. Estamos ensalzando la facultad creativa de la propia Vida en sí, en estado puro. Esa fuerza arrasadora de la plasticidad que nos gobierna y a la que le hemos dado la espalda. Somos eso, vida, y, como tal, pura posibilidad de cambio, de desarrollo, evolución y… creatividad. Hay que “almizar” (en palabras del mismo Víctor) nuestra existencia. La fuente que colma todos los deseos de perfección, una perfección que ya somos y que tal vez en algún recodo de la existencia hemos perdido en aras de una mente desbocada. Sin lucha, con amor, con esa paz encantadora que transmite y cala nuestros huesos y almas en la presencia de este ser, todo parece fácil. Casi por un momento (sin el casi) podemos acariciar nuestros sueños en esa pureza que hace suavemente estallar los globos conceptuales con la alegría de una fiesta de cumpleaños. Así es la belleza y grandeza de Vi, como esa algarabía  de infantes donde todo es mágico y, desde luego posible. Sin esfuerzo ni lucha, natural, por su propio pie. Un pie que él da, por supuesto. Así vuelve a transmitírnoslo. La propia meditación no entiende de esfuerzos. ¡Somos meditación! Lo que buscamos está ahí, tan cerca que a veces no lo vemos y, lo más importante, tan fácil que no lo creemos.

Avanzan las horas, la luz del día se ha ido filtrando entre los cortinajes que sellan la sala a duras penas. Un solo rayo puede transformar el ambiente alumbrando esa intensa oscuridad que ha cedido un tanto a los cantos de sirena que reclaman desde el exterior. Sí, hay un mundo, muchas vidas por vivir, infinitas posibilidades de trayectos y combinatorias. Causas por sembrar, efectos por experimentar. Acciones y reacciones. Así es la vida, incesantemente cambiante donde lo único que nunca cambiará será el propio cambio. Nos mantenemos en silencio sumergidos en esa única posibilidad que abre todas las demás posibles.

Como ya dijo Vi en una ocasión, la alquimia sólo puede producirse entre dos elementos por el mutuo consentimiento, en la íntima comunión y con el poder transformador más grande que existe: la conciencia. Nada ocurre sin ella. La atención desplegada y dirigida conscientemente operará el milagro. No hay maestro eficaz sin discípulo aplicado y viceversa. Como dijo el gran Ib´n Arabi: “yo existo porque Dios existe y Dios existe porque yo hago que exista”. La más profunda alquimia del corazón será únicamente efectiva en ese contacto a través de la clara consciencia que activa cualquier elemento, todos los encuentros, todas las situaciones, todos los corazones que arderán empáticamente abriéndose al poder transformador del Ser en la forma, del infinito mostrándose en un cuerpo, de lo inefable nombrado en un nombre. Víctor es ese fuego expuesto en su secreto al que, estimamos, hay que “saber” acercarse. No es sólo un contacto físico en el tiempo y el espacio tridimensional en que evolucionamos. Vi es la multidimensionalidad permanentemente mostrada al ojo que puede ver. Sin esfuerzo, con apertura. Exento de formalismos en la forma. Sin ritos ni protocolos. En ese estado se vive la autoridad y la excelencia de la que no se quiere ni precisa convencer. Todo es directo y natural. Como cada uno de los momentos intensamente bellos que regala la Naturaleza a través de su expresión en las aves, las puestas de sol o las flores multicromáticas. ¿Qué práctica habría que desplegar para gozar de un amanecer? ¿Por qué una obra de arte suscita tan directamente la belleza?... Tal vez porque lo somos. Sólo podemos percibir lo que somos y debemos recordarlo. Tal vez ese sea el efecto Víctor: suscitar en ti el reconocimiento de lo naturalmente inherente precisamente con naturalidad hasta en su misma exposición. Todo artificio atrapará de nuevo a la mente y la retornará a su interminable laberinto de etiquetas, conceptos y polaridades. Sólo algo in-ofensivo tomará nuestra sólida fortaleza mental pertrechada de prejuicios y resistencias. El “meditador” luchará enorgulleciéndose de su contienda con todas sus estúpidas pérdidas, creyendo con sus bajas en la eficacia de una batalla que estima más que necesaria para “matar” al ego. Una sola chispa puede prender en ese campo impregnado de aceite una interminable guerra. Con Víctor no hay ejércitos que desplegar, ni táctica, ni entrenamiento. No hay armas ni asomo de disputa. Es por ello que cuando todos sus encuentros acaban dejan una sensación de liviandad, casi, casi, como de que nada ha ocurrido, sin embargo el bisturí del amor llega hondo en su penetración y el perfume de su presencia y sus contactos permanece tan inagotable como la apertura de tu corazón.

 


Más una cosa hay que aclarar: Víctor no juega en esta manifestación ya a maestros y discipulado. El mejor maestro es el que ha trascendido su propia maestría en el más amplio sentido del término y sus funciones. El fuego, elemento natural dinámico, calienta al que se acerca, y ese calor no lo otorga ni el marco ni el recipiente. Arde igual y reconforta lo mismo en un templo engalanado suntuosamente que en una hoguera que tiembla a la intemperie de una oscura noche de invierno. El fuego siempre será el fuego donde arda. Calentará al brahmán y al mendigo. Nada le restará su esencia inherente, su cualidad, su ”razón de ser”. El Ser es el Ser, a pesar de la apariencia, de la existencia o del mismo ser. El fuego es mucho más que calor o luz. El fuego no es tan sólo una cualidad manifiesta. Es sabiduría expresada a través de la energía, la quietud dinamizada, el silencio que murmura impertérrito al que escucha, El fuego no puede evitar calentar y calienta por igual al pagano o al creyente. Sólo el brillo que suscita en los ojos tiñe de reflejo al espejo…

Avanza la sesión, entre sentadas y echadas, entre mantras e invocaciones, con su oración para sanar nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestra alma, y para sanar los del planeta Gaya.

Pasadas las veintiuna horas Vi decide cerrar la velada con una recomendación para establecer la transición hacia el exterior. Hemos de volver a sintonizar en nuestra mente con nuestras vidas, ocupaciones y obligaciones. Se alza y solicita que nos despidamos todos con un gran abrazo. Así lo hacemos. Abrazos y abrazos por doquier a esas sombras que ahora tienen rostro que me han estado acompañando en esta apertura mundial del “Estado Babaji”, y, por supuesto, con un intenso abrazo con Víctor recordándonos que en cuestión de semanas estaremos de nuevo juntos en mi propia casa que será escenario de las alquímicas sesiones de alma que desarrollará en la localidad de Murcia, donde ahora vivo.

De nuevo la noche, muy cerrada por cierto, y la carretera que dice devolverme a casa… devolverme a ¿lo de siempre?... Imposible ser el mismo. La oscuridad me acoge.Gracias a ti, querido Vi.

Indiana Om

2 comentarios:

  1. Después de leer, de nuevo, todo el texto, me doy cuenta que tiene, no sólo un mensaje, tiene mucha enseñanza, por decirlo de alguna manera. Hoy, me quedo con este trocito "aclarar los cambios que queremos establecer en nuestras vidas". Eso es lo más importante para empezar a descubrir, por lo menos, que es "lo que no quermos".
    Gracias por ser un vínculo, el hilo que nos conecta a este ser, y también, hacia nosotr@s mism@s.
    Esta crónica merece mucho más que una simple lectura.
    Un abrazo inmenso
    mj

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  2. La conciencia Babaji nos llega a través de un ser como Víctor. Yo la tamizo según mi apertura y, con total devoción, os la entrego con este escrito ardiente... Vaya con todo mi amor...

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