martes, 11 de octubre de 2011

CRUZADOS Y BÁRBAROS -lV-

EL CAMELOT DE LA ESPIRITUALIDAD (4ª PARTE)      

¿Qué  has abandonado en el campo de batalla? ¿Qué has perdido verdaderamente en el fragor de tanta contienda? ¿Hay algo de auténtico valor que echar de menos?...
NADA. Nada se ha ganado y a nada has tenido que renunciar que no sea un puñado de acciones cuyas reacciones no se han hecho de esperar.
“El que la sigue… la extravía”, resuena ahora en tus sienes con insultante martilleo.
Enfermaste de trascendencia y has sido tratado con “jarabe de palo”, tan amargo como pedagógico. De la ordinaria locura oscilaste hasta el orgulloso delirio espiritual.
Quisiste andar tan atento y presente a todos tus pasos que no advertiste que la gran cagada podía venir de “arriba”. No, no hubo tropiezo. Tan sólo te produjo una ceguera tan intensa como la oscuridad de la ignorancia que querías evitar.
Quizá de un modo un tanto lastimero, más bien lamentable, te dedicas, como un juego desesperado y penoso, a reunir los retazos dispersos del roto y pisoteado poder que depositaste en manos de los amigos de lo ajeno engalanados con túnicas sacras.
Pero si lees con atención y claridad el cuaderno de bitácora del náufrago en el que te has convertido, única condición sensata, descubres, en un arrebato de lucidez, que la única herida real y sangrante que se haya podido producir, si verdaderamente la hay, tiene su epicentro en el corazón de ese apaño llamado “yo”: EL ORGULLO.

 
Ese artero fantasma estuvo capitaneando en la sombra todas tus refriegas materiales y sutiles, cotidianas y especiales, sospechosamente emparentadas desde su declarada polaridad, y ahora, frente a frente, te refleja descarado su  (tu) rostro con una mueca de jocker impasible y muy posible.
Por un tiempo ni siquiera te permites maldecir, víctima de lo que podrías clasificar como una jugada tan demoníaca como certera, directa a las entrañas de tus fantasías.
 ¡Touché! Tocado… de vacío. Has sido la diana de la gran flecha (del amor). Siempre te mantuviste a tiro, en el punto de mira. En el objetivo del bazooka cósmico oportuna e impersonalmente accionado.
La risa y el llanto se concilian en el entreacto del drama de tu historia humana sin que aún puedas nítidamente advertir desde tu palco que es a tí mismo a quien ocultas con ese papel de falsa contrata.
Has pilotado un avión sin ver el cielo tras haber quemado las autopistas de la madre Tierra preñadas de invitaciones al poder material.
La viga de tu ojo se despeña sobre tus pies y ni siquiera escupes un triste ¡ay!
No has caído en la cuenta. Más bien es ella la que lo ha hecho estrepitosamente sobre tu conciencia.
De los errores sólo se aprende a errar y tomaste de ellos (mala) nota.




Y como diría el sempiterno capitán Haddock:
“¡Mil millares de mil millones de demonios!
¡Truenos y rayos! ¡Me he dejado engañar como una especie de aprendiz de grumetillo!”


 Y en la intimidad de tu Moulinsart particular, si ningún sabio Tornasol de sordera desquiciante te lo impide, te dispones a recapitular saboreando un merecido “Loch Lomond” que te devuelva al principio de la aventura, hacia tí mismo. Todo un viaje sin retorno.




-No sabemos si continuará lo que nunca debió comenzar y mucho menos si finalizará-.

Indiana Om
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