lunes, 26 de diciembre de 2011

LA EPOPEYA DE UNA AMBICIÓN


(EL SIMIO QUE QUISO ABRAZAR LAS ESTRELLAS)

Hace unos días (no me preguntes cuantos, creo que hasta son semanas), veía un documental (lo menos indigesto de la “parrilla” televisiva) de esos con voz en off simultaneada con testimonios y otras disertaciones del especialista de turno, que tú escuchas en tu idioma, superpuesto al del personaje que habla “por debajo” en el suyo propio (en este caso en francés), gesticulando teatralmente convincente a veces y moviendo la boca a destiempo siempre. Ya sabes, el resultado suele ser  muy cómico porque pretenden hacerte llegar algo pretendidamente serio en esas condiciones de des-sincronía sincopada.
El prenda debía ser paleontólogo o algo así porque la cosa iba de la evolución del hombre, de Prehistoria y de eslabones perdidos entre monos, simios y antropoides (¿está bien dicho así?), y el actual ser “humano evolucionado”, más civilizado (ejem).

El asunto era más bien chocante. El kiosco de la ciencia, que da por sentado que somos el producto de una evolución y superación del macaco, progresiva, al adaptarse a sus circunstancias (ellos las llaman “medio”), vendía y ofertaba a lo largo de momentos (pre)históricos, mediando entre ellos un porrón de tiempo (miles y miles de aquellos años que de tan duros se hacían más largos), que nuestros ante-pasados iban dando, con pequeños gestos y actitudes, después de muchos palos de ciego, pasos de gigante hacia el “proto-tipo” actual, o sea, nosotros.



Cuando escenificaban la odisea mostrando con cierto esmero como debían ser, andar y comportarse los primeros homínidos, el asunto resultaba, cuanto menos, entretenido, aunque sólo fuera por imaginarte a esos actores embutidos en esos pelajes de chimpancé de carnaval en medio de una campiña agreste, limpia de antenas de telefonía móvil o de poste de tendido eléctrico alguno, moviéndose con menos garbo que la Greta; o por intentar descubrir qué era “real” y qué “virtual”, o sea, producto de las “nuevas tecnologías”. ¡Qué chocante! Un mono inventa el ordenador informático para recrear como era cuando apenas andaba a dos patas al bajarse del árbol, teniendo por toda referencia un puñado de huesos mugrientos enterregados y desenterrados con brocha de pelo de marta, elevados a la altura del más delicado de los tesoros.

“Aquí tenemos un maxilar”, decía nuestra eminencia trajeada, y a partir de la pieza carcomida nos reconstruían una mona preñada de no sé qué clan, o, “éste es un cráneo de…” y le ponía el nombre del afortunado descubridor. ¡Qué ironía! un simio del África remota, allende la noche de los tiempos, bautizado con un nombre tan coloquial y actual como provenzal. Chauvinismo en estado puro.
Nuestro inteligente científico, impecablemente vestido, luciendo la mejor de sus corbatas rayadas a juego con su americana azul, avanzaba convencido, con su verborrea camuflada por la voz radiofónica de narrador, que le pisaba impunemente el discurso, por una polvorienta pero convenientemente alumbrada cueva, la casa, quizá, de alguno de nuestros ancestros, ahora transitada por su requetetataranieto bien listillo él y aplicado. Un hombre de “carrera” que había llegado “lejos” en la vida.

Y tú veías a grupos de hombres-mono o de monos-hombre (según se mire) haciendo la suya (la carrera) a través de una naturaleza inhóspita e ingrata. Los pobres bichos se abrían paso en su vida como mejor podían entre los altos matojos, cuando, de pronto, ¡zas! un feroz tigre de afilados dientes de sable se  llevaba uno p´alante en sus fauces exageradas de grandes. O bien trataban de vadear un río de salvajes aguas cuando ¡cha-chan! un remolino impertinente, que no se sabía qué hacía allí ni de dónde había salido, engullía a otro del grupito (más bien manada).


Y nuestro impecable Indiana Jones franchute, sin despeinarse ni un pelo de los pocos que retenía en su sudorosa cabeza, con una mano en el bolsillo y todo, erre que erre, seguía contándonos la pre-historia de María Sarmiento, ya saben, aquella que se fue a…

Pero, bueno, sigamos con lo nuestro. Con esas impagables impresiones y reflexiones que nos ofrecía a mesa puesta nuestro documental de “la 2” (¿hacía falta citar la cadena televisiva que retransmitía la evolutiva?).
Pasito a pasito, eslabón a eslabón (aunque fuera perdido), parecía que el programa se “proponía proponernos una propuesta”: dar una explicación plausible a cada momento clave de la evolución de la conducta del ser humano hasta nuestros días, y desde sus más remotos y “des-cubiertos” orígenes, a partir de retales de huesos, dientes y otros útiles inútiles. Esos momentos “prime-time” venían a mostrarnos en exclusiva las primicias de como el homínido de turno (Homo-Erectus, Homo-Sapiens u Homo-Zapping) fue ingeniándoselas para descubrir en la piedra y la madera las primeras “materias primas” (valga la redundancia) con las que inventar hachas, lanzas y otros instrumentos que darían el pistoletazo de salida a la era del urbanismo y el consumismo.
Chozas, vestimentas, armas y… ¡el fuego! darían pie con el tiempo (y una caña, porque esto había que remojarlo) a inventar el mayor leit-motiv de la historia de la humanidad en pleno: EL DINERO.

Por ahí debí quedarme. Era ya tarde para mí, y si no se hubiese inventado el reparto de tareas en la tribu, yo no tendría que madrugar para ir a trabajar al día siguiente a cambio de un puñado (de dólares) traducidos en piezas de metal (nada noble) u otros tantos diminutos papeles de colores, depositados en la gran cueva bancaria, para que el brujo de la tribu los ofreciese a los dioses que rigen nuestros designios.
Sí. La vida me la vendieron previsible y confortable. Con agua, cobijo y alimento seguros todos los días. Pero no podría, esa noche, trasnochar para dar la bienvenida a las estrellas, que seguían brillando remotas. Las mismas estrellas que alumbraban las madrugadas de mis ancestros hace muchos miles de años y que podrían conseguir, por el mero misterio de su belleza, que me preguntase, muy sinceramente, por mis auténticos orígenes.

 El espectáculo había sido excesivo. No podía quitarme, ni en sueños, de la cabeza, la imagen de un mono que, poco a poco, se incorporaba bípedo sobre sus plantas, ganando en  verticalidad y cerebro, en detrimento de, entre otras cosas, su vello corporal, tan animal como natural. Se le suponía una tarea de evolución y perfeccionamiento a través de las eras de la historia. Una sutilización de la sustancia humana que desembocaría en una sofisticación de sus funciones orgánicas e intelectuales (¡y no digamos espirituales!) atendiendo a la expansión de la conciencia en la raza.



Uno esperaría encontrar en el actual eslabón de una cadena,  no completada, ¡seguro!, algo más “perfeccionado”. Más digno de una tan larga espera, al final del proceso que había desembocado en nuestros días presentes. Pero, ahí estaba. Esa privilegiada posición estaba re-presentada por nuestro científico “puturrú-de-fuá”. Calvo, canoso en sus sienes, barrigón y con gafas, eso sí, con un toque muy intelectual. Con una piel tan blanca y delicada que la más mínima corriente de aire resfriaría. Gesticulando con manos débiles y delicadas. Las callosidades propias de los trepadores de árboles antepasados habían quedado relegadas, en él, a las rozaduras de sus enfundados pies  en zapatos de piel (de otro animal inferior, claro).Envuelto en un traje-sastre de color azul que no disimulaba una anatomía tan torpe como grotesca. Alérgico quizás hasta el polvo de la cueva que dio cobijo y hogar a sus ancestros. Cargado hasta la médula de vacunas y otras inoculaciones preventivas. Adicto al tabaco, al café y a otras sustancias sociales. Bebedor y buen gourmet (a mí me lo parecía) de un sinfín de alimentos y pitanzas desnaturalizadas. Un estudioso de la esencia del hombre leída en despojos mugrientos. Un carroñero que alimentaba su saber con cadáveres. Alguien que pretendía saberlo todo sobre la naturaleza humana y, por extensión, su entorno, pero, eso sí, la de hace muchos miles de años nadando en un mar de hipótesis, porque hoy, no adivinaría ni lo que desea su propia hija para su cumpleaños o cuales son las preferencias de su esposa en la tan difícil materia de una tarde libre para ellos solos juntos, sin sus libros ni sus huesecillos.

El clan heredero de nuestro homínido original ya no mira la naturaleza directamente intentando leer en ella. Ya no retoza al sol tumbado en la tierra. No come lo que antaño tomaba libremente de la generosa madre, sin recargo ni tarjeta de crédito. Ha perdido el miedo, pero también el respeto, a su entorno. Acumula y arrastra a lo largo de su enfermizamente previsora existencia, montones y porrones de absurdos cacharros, utensilios y cachivaches estúpidamente trasnochados, que no podrá apenas conservar y proteger a lo largo de sus días, ni mucho menos llevar consigo en su último viaje al otro barrio.

Ha ahogado su hábitat bajo cemento y asfalto, y el cielo, con ondas y nada poéticas radiaciones, imponiéndose impunemente a todos los demás seres y animales, compañeros en este periplo, que hace bastante que dejó de ser mágico.
Pero, peor aún, cayó en inventar (dicen que “el medio” empuja para esto lo suyo) el arma más letal de su historia, que empuña sin licencia, para matar y arrasar: LA MENTIRA. El engaño a todos y, sobre todo, a sí mismo, como residuo de una herencia divina malograda, trastocada ahora en vileza e ignorancia.


Caímos, y aún caemos todos los días, del Edén. Instante a instante, momento a minuto. Nos exiliamos de una Verdad sin refutación, que se explica a sí misma, como un libro abierto anónimo de un autor que sabe lo que “se hace”, más allá de la impertinente y torpona argumentación de sus impenitentes personajes que le han salido respondones y resabiados. Historiados, como diría mi abuela. Nos desterramos y enterramos para eludir “voluntariamente” una mirada limpia, pura. Nueva y fresca. Inocente (¿de qué, si no se opone a nada?), que no ingenua. Que se alimenta de la sorpresa. Del asombro de lo nuevo en lo de siempre.



Cada segundo elegimos derrochar nuestra condición soberana que nos es dada por naturaleza. Salimos dispuestos a ejercer no sé qué morboso albedrío que nos promete la libertad, un término acuñado para justificar tamaña insania, pero que, como al preso, engatusado, nos saca al “aire libre”, para luego posicionarnos ante el pelotón de ejecución.





 


Y en ese destierro nos desparramamos en escisiones, clanes y sectas. Pedazos, trozos y porciones organizadas, y a veces no tan civilizadas, para explicar solemnemente y de una forma oficial, a través de rancios paradigmas, una quebradiza verdad a todas luces (las de la razón), ni siquiera sostenible, tan sólo en el intelecto colectivo (mal de muchos, ilusión de tontos), con las apañadas y empañadas gafas, como las que calzaba  nuestro científico, con que re-creamos incesantemente esa monstruosa “versión” de la visión de nuestros orígenes y esencia.
La ciencia, arrogante y soberana, me presenta “pruebas” y más  “probaturas” para convencerme de su punto de vista (el punto de vista), de que lo correcto es su comprensión del hombre y del mundo, ¡del universo!, que explora y explota con sus tecnológicas e impecables anteojeras, arramblando, ¡cómo no!, con todo lo que no comparta o se oponga a su gran aparato del “stablisment” de la “OBJETIVIDAD”.
El gran pulpo del paradigma científico extiende sus pegajosos tentáculos ventoseándolo (valga la licencia) todo y a todos, como tallos enredados de una zarza que teje su (es)túpida red confundiéndose con aquello a lo que se agarra, minándolo, apretándolo. Asfixiándolo con una simbiosis depredadora desde cada “rama” del árbol de su autoproclamado saber. Diversificándose arteramente en distintas etiquetas y apariencias para más convencer, con tal de someter y reducirlo todo a un puñado de postulados, presupuestos impuestos, desde lo establecido en nombre de la Física, la Química, la Medicina… ¡la Farmacéutica!
Vestidos de blanco y sólo hasta la rodilla, para no embarrar su disfraz de pretendida pureza y asepsia salpicándolo con el estiércol bio-lógico que pisotea, no pueden ocultar la confusión que siembran, con ademanes tiesos, arguyendo una palabrería tecnicista tan irreconocible como inútil, que no nombra nada, que lo embrolla todo, menos la tendenciosidad de una ignorancia más grave aún que aquella que desean suplantar, como estrategia de supervivencia, orgullosa y elitista, a ultranza. Ignorancia sembrando inopia impía, para abonar la propia felonía, que nos habla de una salud contrapuesta al monstruo de mil cabezas de la “enfermedad”.

Mecánicos muertos vivientes vendiendo resurrección. Y “por un puñado de síntomas” nos participan: “estamos descartando cosas”, “hay que seguir haciendo pruebas”, “tómese esta tortilla de pastillas pero proteja sus vísceras con estas tantas otras”, o, ”se está trabajando en una vacuna para erradicar ese mal”. Un mal que tiene muchos nombres complicados, demasiados, y que se resume tan sólo a uno: negocio.
Divide y vencerás. Envenena y florecerá la necesidad de salud y bienestar. La necesidad de confiar y delegar. La necesidad de necesitar. Póngase a la interminable cola de la seguridad (social y sanitaria, entre otros inventos) que cuando luzca en verde (esperanza) la palabra LIBRE, podrá usted aparcar su resentido y muy sufrido cuerpo en una de nuestras plazas sub-terráneas.
La Medicina, la gran ciencia de curar, es un “éxito” que se tiene a sí mismo como único precedente. Mantiene llenos sus templos de sanación con una demanda muy superior a su triste oferta (de hospitalidad). Atestados de lo que irónicamente ya no tachan de enfermos, sino de pacientes (literalmente).
En la feria farmacéutica (de la droga) has entrado en la laberíntica casa de los horrores, donde tu identidad alucinada pasa de ser nombrada a numerada, sacudida, acribillada y zarandeada. Y tu consciencia, absolutamente alienada. Tu campo biológico, ahora allí ya de batalla, asistirá a una lucha sin cuartel en la que todo vale en la guerra contra ese enemigo invisible, el virus. Sanar matando, aunque sea erradicando la vida del propio sistema que defiendes hasta la misma muerte que se pretende combatir. Y tu idiotizada mente será re-estocada en el mismísimo vacilante corazón de sus últimas creencias. Si sales, no sólo tu cuerpo lo hará remendado y profundamente mermado…
“¡No se automedique! ¡No se drogue usted mismo! ¡No ingiera sustancias bajo su propio criterio!” Podría alterar peligrosamente su conciencia, o, peor, podría despertar a una nueva visión, y eso es, pero que muy, muy peligroso (¿para quién?).

Nuestro inquieto mono, en su deambular por las ramas del “saber”, también acabó con sus huesos en la del “creer”. E hizo del misterio otro boyante negocio: LA RELIGIÓN.
La religión me apunta a un “más allá” (¿de qué?). Me pide que trascienda y me lleva a la trastienda del comercio donde todo es despachado a un público acomodado (cegado) en su inerte ignorancia, que sólo se agita o barrunta al son de la batuta de la televisión, la política y la economía. La verdad, su Verdad (esta vez con mayúsculas), tiene nombre y casi apellidos. Se la viste cercana en su presentación formal (túnicas, nubes, alas y solemnes barbas) e inaccesible y elitista para el que pida más. Los selectos buscadores que “abandonen” la fila sacra para seguir su instinto se verán obligados oficialmente (¡cosas del Santo Oficio!) a encajar su particular visión en la Versión. O eso, o la prisión. Una presiónsimilar a la oficial que escampa hipócritamente a sus anchas entre el vulgo, ensombreciendo almas que perdieron, tiempo ha, hasta el hambre de paz, siendo zumbadas y achuchadas colectivamente entre sí, reclutadas en sangrientas guerras santas para purgar toda la tan peligrosa como contraproducente adrenalina acumulada en el cuerpo animal, y que debe ser “moralmente” encauzada por la (buena) causa.


Hogueras de fuego y tinta consumirán la mirada de aquellos raros que miren y vean a través de cualquier fisión, para conservar la fusión.
¡Economía dixit! ¡Habemus dinero! Clamarán las campanas en las plantas más elevadas, desde el ático de la fortaleza del poder. El demonio no tiene rostro en materia de materialismo. No hay gato al que calzarle el cascabel de la “justicia” (¿divina? ¡ah-divina!). Arriba, el entramado se reduce apenas a unas hebras trenzadas y bien tensadas de oro, cuyo extremo y principio quedan ensombrecidas por su brillante esplendor. El ángel negro dorado. El ángel caído, a la cúspide de la Creación. Lucifer. Luz y hierro. Oro y Poder. Deseo y Ambición. Más allá de mero ser.



La ley fue “diseñada y entregada” por la gerencia de la Creación a través de un elegido para que fuera gestionada y aplicada. Grabada en lapidaria (y lapidadora) piedra, traducida a papel (mojado) como octavillas de buzoneo que impidiesen todo buceo en las profundas aguas de la individualidad de cada sujeto. Y es que esa individualidad, o se ejerce en grupo, o es devaluada. Y la manada, por un orquestado apaño, se tornó rebaño, que cabizbajo pastaba tras las cercas de los dominios imputados a un divino pastor de estampa de Murillo, detrás del cual ejercían parapetados los cuervos de todos los colores uniformados y mal informados. ¡Arrepiéntete de tu impura condición y busca en mi sistema la salvación! Sólo yo, en nombre de todos los cielos, puedo prometerte el billete al Paraíso en tu “postrer viaje”, sabiendo que si no llegas tras la muerte al destino ofertado, nadie leerá las hojas de reclamación a disposición de los clientes.
Eso sí, tú no sabes nada, “miserable pecador”. Nosotros, y sólo nosotros, somos los depositarios del copyright divino. Cualquier acción emprendida extramuros catedralicios será perseguida y penada, como mínimo, con el miedo. No vendas tu alma ¡Entréganosla! Nosotros la procuraremos y gestionaremos para que resulte rentable para todos, menos para ti.
Te otorgamos nuestra libertad de cartón piedra, amañada con grilletes decorados con purpurina áurea. No desees, no pienses, no sientas, a no ser que sea temor de Dios. No forniques, no robes, no mates. Para ello ya están las corporaciones y las multinacionales que nos auspician con sus generosas donaciones, porque ellas sí saben que, a nuestros ojos, si es oro todo lo que reluce, mejor. Mejor para nuestras ambiciosas arcas del poder que gestiona el mundo invisible por el que sus, ni siquiera insinuadas conciencias (muy oscuras si se encuentran), jamás se plantearían otorgarte ni un céntimo de no ser un guiño más de su marketing productivo.
Ese “mono evolucionado” ahora negará la versión científica de la cadena. El hombre sólo puede venir del Creador. Del polvo (y no de un polvo) para volver al mismo. Y otra guerra santa está servida. Ya no será en aras del nombre de Dios frente al nombre de Allah (parientes cercanos en la “eternidad infinita”). Ahora es fe contra razón. Y con este pasa-tiempo se nos escurrirá la existencia entre-tenidos en mil batallitas dialécticas, y con ella, la oportunidad de oro (del de verdad) de ver y saber por uno mismo, más allá de lo contado y heredado, de la pegajosa versión de segunda y tercera mano.
Si por “causalidad” logras sobreponerte a todo este maremágnum de “con-vincentes influencias” para dirigir tu mirada hacia ti, no te preocupes. Siempre habrá debajo de cada piedra de tu camino un libro con lo último, con lo más de lo más en Autoayuda, Nueva Era y Espiritualidad. Sólo te costará un interminable río de dinero (más gastos de envío). Siempre habrá un curso, seminario o extensivo intenso chupi-guai que hará que te “descubras”, previo pago. Cientos de maestrillos, instructores y gurús de fin de semana, te dirán quién eres y te prometerán que cuando te encuentren (tras tu cartera) te presentarán a ti mismo. Que todo es una ilusión, menos tu dinero que tanta ilusión les hace a ellos.
 


No te apegues a las cosas que ya te las arrancarán estos interceptos para hacerte un favor en el camino de la “renuncia”. No te identifiques, entrégame para ello tu identidad. Yo soy el gurú y el gurú es divino. Sólo el gurú sabe lo que es bueno para ti, ignorante víctima del ego.
Y con esta tentativa, ¡para una vez que tenías una iniciativa!, la vuelves a liar (parda) en tu vida. Una vida que, como un caliqueño, tras una sarcástica sonrisa, y quizá no tan en la sombra como uno se imagina, alguien se estará fumando recreándose en los anillos de humo, que, juguetonamente, lanza al aire sin dirección, como galaxias preñadas de mundos saturados de simios, homínidos, antropoides y humanos, como tú y como yo, que, viajando en esas volutas evanescentes, inventando un rumbo improvisado, se aferran a la eternidad desde su contingencia ¡tan transitoria! más fugaz que una estrella. Más frágil que el espacio. Tan ligera como un pensamiento.


Montados en un electrón de nuestro particular planetario, a veces nos asalta la tentación de explicar nuestro origen escudriñando una pista que esclarezca nuestro destino.
Y la humanidad, encaramada al ramaje del árbol de la Ciencia (y la Conciencia), reparte su visión en múltiples vías del saber, hambrienta de explicación, por su implicación en una vida que le es dada, que no siente elegida. Añadida.

Quiere ver más y mejor a fuerza de mucho mirar, parapetada en múltiples “puntos de vista” que arrojen luz en honor a la verdad, desde el mayor número de posicionamientos posibles, para no perderse nada, para que sea completa.



 Pero esa verdad, que no se esconde, no puede ser reconstruida como un puzle, pieza a pieza, visión a visión. No es la suma de unas partes a re-partir entre observadores hambrientos. Las migajas, por muy apetitosas que sean, amasadas, nunca volverán al pan. Las piezas no son el coche. La casa no es el ladrillo…Las células, no hacen la “humanidad” del hombre. La eseidad no es el ser.
 Quizá ésta, la verdad a la que aludimos (que parece eludirnos), aun manifiesta, no esté tan a “la vista” como pudiera creerse. Y es que la condición última del hombre, del ser humano, del ser, al “desnudo”, tal vez no pueda “verse” o “creerse”. Probablemente no se trate ni del ser. Tan sólo SER (S-E-R).
Las palabras apuntan y señalan. Y una señal es un hito en un camino que conduce a algún destino, lugar o sitio. Que nos lleva a alguna “parte”. Y una parte no es el TODO ni apenas puede representarla. Un camino su-pone una meta, un punto de llegada. Y un punto a-punta. Apunta una ocupación. Sitúa. Y, en el caso de S-E-R, una condición ineludible e irreducible a la mera causa humana, es señalado y apuntado a través del hombre, que con su visión, re-crea la expresión de lo manifestado en cada cosa o, mejor, diremos fenómeno. En un prodigio de recurso comunicativo, todo lo mirado le da forma tangible (a nuestros ojos) a lo invisible, “a ojos vista”.
Lo visionado es lo que no veo, vestido. El disfraz de una desnudez escurridiza para el que quiere asir, retener y mostrar. Es como calzarle una capa al viento para poderlo otear, además de sentir.
Sé que hay “ALGO”, porque se trata de mí, pero no puedo posicionarme ahí, donde las palabras apuntan nombrando y denominando. Un nombre denomina en una re-presentación de algo que no fue nunca presentado. Re-presenta, ahora lo veo, lo im-presentable. Sólo presenciable. No “veíble”.
Todo aquello que las físicas, químicas, medicinas y demás disciplinas, pretenden hacer pre-visible, queda erróneamente identificado con cada uno de sus trozos del pastel de la REALIDAD: el cuerpo físico, el cuerpo químico, el cuerpo “enfermable” y saludable, cuántico o biológico, globos de todas las formas  (que no conforman) y colores (que no emocionan), abordados desde fuera, sondeados por dentro. Viajes relatados por postulados y paradigmas que convencen pero no vencen, que asombran aunque no asoman, ni de reojo, más allá del portal de esa esencia pre-sentida solamente.
Sólo ese origen que llamaremos Principio, un principio que no empieza, que nunca comenzó, más allá (¿) de toda denominación o concepto, puede ver y oír. Mirar y escuchar. Observar o contemplar.
Es la imposible visión viéndose a sí misma sin intención. El propósito del no-propósito, mirando para crear, sintiendo lo sensorial para emocionar, o porque sí. O sin porqué, ni causa “aparente”.
¿Cómo curara un “ser (humano)”? ¿Cómo tratar al infinito condensado en un punto, que está des-ubicado? ¿Cómo sanar un reflejo? ¿Cómo eliminar la mancha en la imagen si no limpio el espejo? ¿Cómo re-equilibrar un des-equilibrio que sólo está en la visión (que no encuentro) y en la palabra (que se lleva el viento) que nombra y señala a la Fuente de todas las armonías y bellezas, y, aún, más allá? ¿Por qué erradicar la enfermedad que cura por ella misma a la propia salud, de su extremismo y polaridad?
 Miro en mí y no veo. Y es que ese ver que no veo, sin poder siquiera nombrar, es mucho mirar.
Alguna vez un simio remoto, quizás desde una segura atalaya en la noche, confiado por el alivio de no temer por su vida, al menos durante unos instantes, pudo contemplar desvelado el fulgor de los luceros en el cielo oscuro. Alargando el brazo para asir con su mano esa estrella lejana, hermana, debió sentir la misma luz que empezó a arder en su interior, y en ese momento, en ese preciso y precioso momento, a pesar de estar aislado, abrazó en su soledad todo, muy bien acompañado, y se adormeció arrullado y amamantado por la eternidad. Ya nunca más se sentiría soloen su piel.


EPÍLOGO
Al son de las trompetas del Apocalipsis, que anuncian para unos el fin de “nuestro mundo”, antecedido por letales crisis de todos los colores (unos colores que sumados ya se sabe que conforman el blanco, la luz), una multitud se agolpa jaleante en la última noche del año bajo el reloj de la “Puerta del Sol,” ajena a las amenazadoras y tan anunciadas como temibles tormentas del astro rey preconizadas para el entrante 2012.

Profecías bíblicas, aztecas o mayas, se diluyen entre la algarabía de los pitos y los vapores etílicos. Mil ritmos de percusión de botellas descorchadas, que se suman al de tantos corazones de futuro incierto, estallan en ese mar humano que se agita más frenético que nunca, se diría, en una suerte de trance hipnótico colectivo.
Sonrisas y ciega alegría casi animalesca, grotesca más bien, de máscaras que visten de color y esperpento la sombra que envuelve sus días en el velo de la duda.
El espectáculo debe continuar, mientras haya aliento.
“¡Feliz año nuevo!”, casi estaría uno tentado a decir al ver como uno de los borbotones de la bengala agonizante del año viejo, enciende, antes de su extinción en volutas de humo, la mecha del 2012. El mismo humo, se diría, que emitía el fumadorde los mundos y las eras.

                                                                                 Autor del texto: Indiana Om
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8 comentarios:

  1. Bastaría con un poco de esfuerzo por nuestra parte para ejercer conciencia cotidiana sobre nuestros actos y seriamos un poco más libres. Dejaríamos de ser esclavos de este espejismo de “vida” que lo único que nos provoca es la pérdida de identidad. Vivimos en un sistema que constantemente nos atrapa.

    YO quiero ser como ese simio remoto, a pesar de que veces me duela mirar a las estrellas porque de alguna forma siento que a ellas pertenezco y en ocasiones las siento demasiado lejanas...

    Tiene tanto contenido, tantos matices, tanta verdad, que es imposible quedarse con todo con una sola lectura. Es bueno, muy bueno... te felicito!!
    mj

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  2. Me gusta bastante, pero creo que en lo que respecta a la ciencia, sobre todo a la física actual, faltaba decir que quizás sea lo más auténtico y profundo que tenemos, y que es pura mística, o sea, pura realidad.


    Manuel Mariano del Toro
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  3. Grandiosa reflexión que comparto completamente contigo.
    Eres un genio también de la palabra.
    Gracias

    Pe

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  4. Manuel, tienes razón en lo que dices.Soy un enamorado de la física cuántica y de todos los nuevos postulados de la Biología,pero estamos muy lejos todavía de llevar "oficialmente" este nuevo paradigma a nuestra sociedad y vidas en particular porque hay un gran muro inquisidor que se aferra a la mecanicidad de siempre.También soy un estudioso de la "espiritualidad" pero allí ocurre lo mismo. Afortunadamente los tiempos están cambiando y eso es lo que se respira cada vez más.Alguien dijo, y fue un matemático cuyo nombre no recuerdo,que el único lenguaje que no entraba en contradicción era el del arte y la mística.Y es porque se basan en la no-mente.Todos los demás son códigos mentales que acaban siempre colapsándose a sí mismos, y lo demostró en su día.Tú mismo podrás apreciarlo con nuestro idioma,acaba siendo un laberinto semiótico que siempre acaba refiriéndose a sí mismo, a su terminología que nombra, pero no define a lo que intenta representar.Es como una realidad paralela. Un saludo afectuoso y gracias por tu inteligente observación. Un abrazo muy fuerte. INDY

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  5. A mí me gustan esos documentales y me maravilla todo lo alcanzado por el hombre en su evolución.
    Siento ser discordante, pero no me gustaría ser un simio, retrotraerme en la historia de la humanidad, no. Entiendo que se postulen posturas respetuosas con el entorno que nos rodea y con nuestra misma esencia, pero no puedo querer una involución nunca; al contrario, deseo que sigamos avanzando sin perder de vista los valores, los grandes olvidados en muchas etapas de nuestra evolución.
    Un abrazo grandísimo y mis mejores deseos para ti en el 2012.

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  6. A todos nos gustan esos documentales Isabel. Nadie quiere una involución, creo que no has leido el texto entero y si lo has hecho, no lo has entendido.
    Verás que aquí, en este espacio, se postula todo lo contrario. Se trata de despertar y dejar de ser borregos.
    Algo muy importante está ocurriendo y para muchos está pasando desapercibido.
    Este texto, junto con otros que se encuentran en este blog, son para llevarnos a la reflexión sobre lo que está aconteciendo a nivel social, que no es otra cosa que nosotros mismos como individuos, y ahí es donde tenemos la obligación de apuntar, mediante los medios que nos vayan mejor a cada uno.
    Tenemos que agradecer a la vida por tener la gran suerte de haber nacido en estos momentos. Pero también es una enorme responsabilidad.
    La Madre Tierra y el Sol se estremecen con dolores de una agonía y un parto. ¿Estamos dispuestos a preparnos para este acontecimiento que se está dando o preferimos despertar a golpes?
    Pero, ¡¡Todo va bien!!
    Deseo que podamos elevar nuestra vibración unidos a la Madre Tierra.
    Es hora de tomar el mando de nuestras vidas y no dejar que nos sigan manipulando...
    Un enorme abrazo Isabel y gracias....
    mj

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  7. ¡Santo Dios! Sí que ha sido largo pero muy interesante. Y la verdad es que merece el tiempo que se le dedica y sería para abrir debates de todos los temas que va tocando.

    Es una realidad que, la a medida que avanzo en edad, veo con mayor claridad. Alguien diría que estamos construyendo un mundo que hiede pero ya de una forma insoportable y que es aterrador que haya tal cantidad de olfatos a los que no hiera de muerte.

    Un mundo en el que se falsea todo: hasta las palabras que usamos. Un mundo de aparentes comodidades que no nos hace nada felices y esta aspiración a la felicidad es cada vez más lejana.

    Otra cosa que yo llevo muchos años denostando es esa pretendida superioridad del hombre sobre la vida animal. Cuanto más sé sobre los animales, mayor es mi respeto por ellos. Porque al final, a mi me gustaría vivir como vive una planta que florece, da de sí lo mejor que tiene y nunca se compara con ninguna otra. Me parece que es una síntesis de todo lo que nos falta como seres humanos.

    Abandono el tema no porque no haya muchos otros comentarios que hacer sino porque está mi ojo avisando de que empieza a estar molesto.

    Un abrazo con mis mejores deseos para el futuron que empaquetaremos con el nombre de 2012. Que la Luz llegue a nuestro entendimiento y que seamos capaces de obrar consecuentemente. Besicos de Franziska

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  8. Franziska,gracias por tu intervención.La conciencia se va derramando por innumerables formas o aspectos en su manifestación.Es su expresión(divina)a través de múltiples e ingeniosos aspectos:minerales,plantas,animales,el hombre(que todavía no está cuajado),etc...La sofisticación de su forma en cada ser "vivo" nos delata el grado de evolución y desarrollo de esa conciencia desplegada en cada "nivel" fenoménico.Pero Conciencia es todo.Todo se está dando en ella.Pura Presencia Prístina que lo inspira todo.Lo maravilloso del reino mineral,vegetal y animal es que revelan sin filtros ni obstáculos,de una forma "natural", su condición.El asunto del hombre es que ha supervalorado su mente racional hasta el punto de adoptarla como su culmen evolutivo y se ha vuelto(su instrumento) inquisidora midiendo todo de una forma "irracionalmente paranoica" y descartando los atisbos que ven más allá de ese telón de acero que el hombre ha ido construyendo y en el que está encerrado y confinando la inspiración que en principio fue de unos pocos y ahora,por pura ley evolutiva,se empieza a abrir paso,aunque pueda producir sufrimiento por la resistencia a lo nuevo al aferrarnos a lo viejo.Es el fin de una era.Quizá sea un asunto biológico,económico,político o espiritual.Pero es ley de vida el desarrollo y la perfección.Ninguna disciplina racional tiene la verdad ni puede abarcarla porque su código de identificación es limitado.Se trata de ir más allá de la mente que nos tiene dando vueltas en un laberinto empeñado en
    buscar respuestas a algo inaccesible para el instrumento que usamos para atisbarlo.Luz y sólo luz somos reflejando múltiples luces irisadas,incluso la de la razón.Un cálido saludo.
    INDY

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