domingo, 8 de enero de 2012

LA ÚLTIMA HEBRA del TEJIDO del YO



¿De qué tejido está diseñado eso que llamo “yo”?
¿En qué consiste ese “yo” como producto propio del que supuestamente somos autores?
¿Cuál es su cimentación, sus bases, su esencia?
¿Qué grado de determinismo, complicidad o implicación puedo imputarme a mí mismo en lo que yo soy o, al menos, creo que soy?
¿Nos pertenecemos?
¿Cuál es la ubicación del “yo” en mí mismo?
¿Qué es (o soy) ese mí mismo?







Todos estos interrogantes y muchos más se condensan en la intensidad aguda de uno sólo:
¿Quién o qué soy yo?

Los incontables devaneos y todas las veleidades dispersas que han tejido cada existencia fibra a fibra acaban apuntando en una única dirección, por activa o por pasiva, imputando, quizá a su pesar, al chivo expiatorio que etiquetamos como yo, ego, identidad, personalidad, sí mismo y otras palabras sobrecargadas de una densidad conceptual en la que no siempre reparamos, pero que, como una atmósfera neblinosa, presuponemos y respiramos, sin plantearnos, siquiera, a veces, tan sólo una vez en nuestras vidas, de qué materia prima está formado eso que asumo como yo mismo. ¿Cómo expresar la hondura de este interrogante?
 Para una conciencia ordinaria (término nada peyorativo y tan plausible y posible como respetable), que vive y se escenifica un mundo desde la certeza de su mirar, no le alcanza siquiera la intención de la pregunta. Por sí mismo no generaría esa inquietud. No es compatible con su programa y planteamiento vital. Éste está orquestado en torno a una manera de ver y pensar superficial (de superficie, y no de “estrechez” de miras) en una determinada atmósfera mental que produce la realidad que vive como lógica y precisa consecuencia de la misma.

Sólo cuando está visión entra en crisis (toda crisis es una contradicción entre lo que se ve y siente, y lo que vivía y creía como “real”), cuando el punto de vista (o conciencia) se desplaza a otro (em-plazamiento), producirá una extrañeza lo suficientemente intensa como para cuestionar los valores que hasta ese momento eran los pilares de tu “yo”? Esa contradicción que nace del contra-punto ejerce una presión natural, una energía que empuja. Una fuerza que se puede orientar, según el hábito condicionado acumulado, hacia otra posición (avance, desarrollo), o bien, por inercia, intentará desesperadamente re-crear, regresando sobre sus pasos, la visión que producía un mundo antiguo a pesar de la nueva forma de concebir.


 Lo conocido, la costumbre, es cómoda. Lo nuevo, a veces, in-cómoda.
La crisis es una erupción de energía renovada que hace colapsar lo aprendido sacando tu esquife de aguas estancadas por una calma chicha que ya no confía a nadie. Esa fuerza que te impele al movimiento agitándose y sacudiéndote de encima la modorra de lo adquirido es la ley del progreso. Habías comido demasiado del mismo fruto engañoso, tan dulce como narcotizante.
Tu adicción a lo mecánico te mantuvo en un eterno bucle espantosamente repetitivo. Un círculo vicioso y viciado en el que creías explorar nuevas rutas sobre las mismas huellas de tu trayectoria. Tu energía quedó atrapada en las redes en las redes de tus propias justificaciones hasta que ya no necesitaste ni siquiera argumentos para hacer girar la noria de lo de siempre.

Pero un día, no se sabe cuándo ni por qué, das un traspié, y esa aparente torpeza, ese azaroso contra-tiempo, te impone un accidental y accidentado cambio de rumbo. Quizá permaneciste un tiempo tirado lamiéndote la herida con lamentos, maldiciendo las oscuras fuerzas que violentamente te apartaron de tu rutina. Te alzaste re-puesto y dis-puesto a recuperarla, pero no fue nunca más lo mismo. No pudo ya serlo. Aunque te remontaste sobre tus pasos pasados, estos se te hicieron muy pesados. Una agria tristeza sesgó tu vientre porque creíste no poder reocupar tu historia y eso te des-ubicó empujándote a vagar impreciso, improvisando sin provisiones, su continuación, lo que consideraste “un nuevo capítulo”, el siguiente episodio de un viaje que trastoca su dirección con cada varapalo de eso que has decidido llamar ahora destino.


En tu confusión alivia depositar la responsabilidad de tu aventura vital a fuerzas ajenas, pero hace ya muchos pasajes, demasiados, que sospechas que esa enajenación viene de un sitio muy dentro, muy hondo, de tí. Y en una de esas “caídas” de bruces te juras será la última y decides levantarte. Ahora la repetición se había instalado de ese modo. Caer, confusión, levantarte y, de un modo un tanto desorientado, andar.
Andar porque sí y porque también. Andar sin cuestionar. Por el mero hecho de que hiciste de ello el propósito del viaje. En tu “sentido común” te decías que la naturaleza del viaje era trasegar por caminos y senderos establecidos o improvisados, creados, trazados por tus pisadas.





Pero esta vez, ¡por todos los dioses!, será la definitiva. No me alzaré. No marcharía aunque contase con todos los mapas posibles de la experiencia. No abriré más sentidos ni direcciones. No surcaré más meridianos. No más espacios. No gastaré más tiempo pasando y marchándome de mí.
Giraré en torno a mi eje por todo movimiento. No más desplazamiento para ver y comprender de dónde viene y adónde va este “yo” pasajero y fugitivo como una sombra.
Sólo, quieto y silenciado. Conmigo. Entraré en el corazón del volcán que bulle en mis entrañas hasta que su fuego me consuma. Dejaré que el viento del olvido esparza mis cenizas por el vasto espacio estrellado. Y por un momento, por un eternamente intenso instante, me abandonaré al sentimiento de estar en todo, de volar y ver al fin todos los surcos, interminables arrugas en el tiempo, que dibujé en mi devenir, cruzándose ensimismados con la tupida tela de araña tejida por todos los destinos humanos que se buscan a sí mismos como fantasmas errantes en un eterno destierro. Queriendo ser. Queriendo saber… ¿Quién soy yo?
Indiana Om


   © Todos los derechos reservados              

6 comentarios:

  1. Un mar de contradicciones, con las aguas turbulentas y aun así, empujándonos a nosotros mismos, aunque no sepamos hacia donde ni por qué. Pero no será debido a la oscuridad...En ese centro en que quiero permanecer, no enajenarme y no echar la culpa al exterior, quizá el fuego antes que consumirnos sea el calor que propicie nuestra calma para no "necesitar" averiguar quién soy yo o por qué he de ser algo identificado con respecto a que...simplemente creo que somos,soy,eres...

    Scherezade El Yamani Núñez

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  2. El gran santo-seña del Advita Vedanta es "¿quién soy yo?".La certeza de ser que se impone como única verdad a todos los demás añadidos (y creídos)conocimientos adquiridos "de segunda mano".El apuntar hacia la desnuda impresión de ser es sólo el primer paso para quedar con nuestra Individualidad al descubierto, sin aditivos. Una vez instalados ahí(y eso ya es mucho,es una realización en toda regla)empieza el camino del abandono a eso que llamamos a veces Absoluto o como se quiera, y eso, dicen, es la Iluminación, la aniquilación última.
    Gracias por tu comentario Scherezade.
    INDY

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  3. Muchisimas gracias INDY, un abrazo de corazon. Scherezade

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  4. Tus escritos llegan muy adentro y, aunque parece que critiqué tus comentarios sobre la ciencia, conforme voy leyendo más, entiendo y cpomprendo más.
    Salud
    Manuel

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  5. Gracias,Manuel.Los escritos a veces adoptan la forma de "ensayo" y ahí es donde un investigador "se la juega" a ser sentenciante y se carga de responsabiliodad y sigilo, por ello a veces adoptar apariencias noveladas o pseudopoéticas da más libertad de jugar con el lenguaje-aberinto y te saltas "el sentido común" para sortear su tupida barrera y te permites aventurar opiniones que en otro contexto te sería muy complicado realizar, y así puedes abrir caminos "neuronales" nuevos en tu sistema de creencias y, por supuesto, en el del lector.Se trata de ir más allá de la ilusión que edifica la mente y EXPERIMENTAR y CONOCER DIRECTAMENTE por uno mismo. Para ello todos los recursos que nos lleven ahí serán pocos, aunque la propia mente se rebele.Muchas gracias a todos.
    INDY

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