sábado, 8 de diciembre de 2012


Sereno, me cruzo de brazos y espero.
Ya no me preocupa el viento, la marea, ni el mar.
No lucho más contra el tiempo o el destino,
porque lo que es mío, a mí vendrá.
Detengo mi prisa, camino lentamente,
porque, ¿de qué sirve este paso apresurado?
Me quedo tranquilo entre las sendas eternas,
porque, lo que es mío, me reconocerá.
Dormido, despierto, de noche o de día,
los amigos que busco también me están buscando.
Ningún temporal podrá desviar mi barca,
ni cambiar el curso de mi destino.
No me importa si permanezco en soledad;
espero con alegría los años venideros.
Mi corazón cosechará lo que haya sembrado,
y recogerá sus frutos de lágrimas.
Las aguas saben qué es lo suyo y trazan
el arroyo que brota en aquella colina.
Así fluye el bien, siguiendo la misma ley,
en el alma de deleites más puros.
Las estrellas surgen poderosas en el cielo;
el agua emerge en el mar.
Ni el tiempo, ni el espacio, ni lo profundo ni lo alto
pueden apartar de mí lo que es mío.
En el silencio de mi habitación
con mi corazón armonizado en Dios,
lejos del camino de la lucha y de la angustia
que mis pies siempre han recorrido,
sin el afán de aventajar a mis compañeros,
doy la bienvenida a los amigos que se quedan.
Ya que, a menudo, observo el ostentoso desfile
que se apura y se atropella en su camino.
(AUTOR DESCONOCIDO)

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