viernes, 13 de diciembre de 2013

LA ACCIÓN DE LA QUIETUD






Entendemos por meditación sentarnos en quietud corporal e intentar calmar nuestra mente plagada de pensamientos que proceden de reacciones pretéritas o actuales. Creemos que hay que hacer algo con todo ese material, que tenemos que detener todo ese caudal para alcanzar un estado –un trance- más allá de todo ello. Buscamos desembarazarnos de todas esas memorias para ir detrás, o encima, o trascender todo eso, porque nos sentimos merecedores de un éxtasis. Anhelamos “salir” fuera de lo que está aconteciendo en ese nuestro presente, tomando los fenómenos como enemigos empeñados en sabotear nuestra paz gloriosa. De un modo u otro, siempre nos empeñamos en otra cosa diferente a lo que hay en ese mismo instante. Se nos dice que todo está ya aquí y ahora, que no hemos de ir fuera a buscar lo que ya está en casa, y aun así insistimos en aventurarnos allende nuestras fronteras, afrontando pruebas y adversidades las más de las veces más deseadas que la propia iluminación, planteada como meta en nuestra creencia en el esfuerzo hasta la inmolación si es preciso.

Nos educaron en la lucha, en la superación y el trabajo, cuanto más duro mejor, y no por ello más eficaz. Olvidamos el “más vale maña que fuerza” y lo sustituimos por el sacrificio. Olvidamos lo natural para tratar de alcanzarlo a través del artificio. Perdimos en el camino, con las prisas, la meta, y aun así seguimos corriendo, como si el propio correr reportase algo en sí mismo. Hicimos del trabajo una virtud y bautizamos la intuición con la suerte, devaluándola. Creímos vivir sobreviviendo.

Hay algo en cada uno de nosotros que es consustancial, como esa actividad que realizamos sin desgaste alguno. Unos toman un instrumento y extraen acordes armónicos con facilidad pasmosa, otros trazan formas en papel, otros patean un balón y se salen del tiempo de los humanos, ingresando en la eternidad. Existe una actividad que fluye natural más allá de nosotros. Algo que no tenemos que poner empeño alguno en realizar. Otros mortales deben emplear años de entrenamiento para eso que en nosotros se desarrolla con pasmosa facilidad. Y, lo que es más asombroso todavía: el desempeño de tal función procura un placer indescriptible en nosotros, siendo tal estado incomprensible para el extraño al asunto en cuestión.

Eso de lo que hablamos, que no tiene necesariamente que pasar por una actividad artística, es nuestra meditación.

Eso es precisamente el propósito de la meditación si tal cosa nos empeñamos en tomar como una práctica o técnica a desarrollar.

La meditación no es, me atrevo a estas alturas a afirmar, el final de un largo camino. Somos la más pura meditación. Somos nosotros. Es lo que somos en verdad. ¿Qué tengo que practicar para conocerme, alcanzarme o encontrarme? ¿Cuántos años de dura lucha debo de emplear en ese empeño? ¿Qué es preciso que desarrolle en mí, qué destreza habría que incorporar con tanto sacrificio y esfuerzo para ser lo que ya soy?

¿Cuánto tiempo preciso para reconocer lo que ahora hay, lo que soy en verdad ya? ¿Puedo acaso en algún momento perderme de mí mismo como para necesitar encontrarme? ¿Qué camino habría que recorrer para volver a la casa en la que ya estoy? ¿Qué se necesita estudiar, resolver o desvelar para ver lo que ya está: el puro y sencillo hecho de que soy lo que soy?

Yo soy. ¿Qué soy en verdad? ¿Cuál es mi autenticidad? ¿Qué permanece detrás de todas las búsquedas? ¿Qué aguarda silente y sereno, sin necesidad de artificios o aparatos, en mi vida, en todo momento disponible?

Tal vez sea la búsqueda la que me impida reconocer lo que está alcanzable sin moverme. Creo que es la propia creencia en lo aventurado, difícil y esforzado, lo que me aleja de lo simple. ¿Por qué hago de lo elemental algo tan enrevesado?

Adictos a la experiencia vagamos en un mar de sensaciones, deseos y reacciones, ocultando lo que siempre permanece a la vista.  Cuando me invento levanto el muro tupido tras el  que creo estar encerrado. Diseñar un protagonista es sinónimo de deuda con un proyecto vital. Hipotecamos nuestra herencia infinita por una porción escasa de duda, que hacemos crecer hasta el delirio.

Creemos que sufrimiento es sinónimo de experiencia vital y creamos una búsqueda inventando la felicidad. Nosotros escribimos el guion que representamos simultáneamente a su creación. Desarrollamos estrategias y situaciones que susciten más dudas y reacciones. Generamos causas que derramen mares de efectos a los que poder reaccionar sin fin.

Sabemos que es sencillo el problema. Somos la propia solución al mismo, pero vivimos inmersos en el enunciado como drogadictos perdidamente enganchados a la tesitura que dura y dura hasta lo estirable. La perfección misma se pone a prueba generando la ilusión de imperfección.

¿Hasta cuándo seguiré consintiendo este juego interminable de reflejos siendo yo el mismo espejo? ¿Por qué mirar el cristal, e incluso más allá, sin reparar siquiera en el propio mirar?

Maldecimos nuestra suerte y al mundo sin consentir en reparar más allá de este más acá que nos hemos forjado.

Siéntate en el alféizar de tu ventana y no tomes partido por ningún otro espacio que la frontera que separa tu afuera de tu adentro. Permanece en la propia ventana que pertenece a ambos y a la vez no es de nadie. En ese momento habrás nacido con la muerte.


                                                                             

Indiana Om



© Todos los derechos reservados                               


4 comentarios:

  1. Bello texto, INDI.

    Bueno ya sabes que medito a diario y enseño a meditar a mis pacientes, tanto como me lo permiten.

    Un abrazo

    (¡¡Felices fiestas!! y como le dije a MJ, los leo siempre aunque no
    comente)

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  2. Un saludo intenso, guapa.
    Felicidad y amor también para tí, Myriam.
    Indy

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  3. Gracias por estar ahí Myriam
    Felices fiestas y seguimos en contacto.
    Besos
    mj

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  4. Me parece un post fascinante. Tanta sencillez para llegar a la más absoluta quietud del uno mismo, del todo...

    Precioso

    Besos

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