CABALGANDO LAS OLAS
Sentado en el extremo de la popa,
en el vértice del ángulo que corta las olas, con las piernas colgando, el nauta
cabalga los vientos. Sus pies desnudos a veces acarician la espuma desordenada
del mar que abre su boca juguetonamente como para engullirlos, una y otra vez.
Una y otra vez. Con ritmo. Como una coreografía bien ensayada. Una y otra vez.
Cadenciosa. Allegro moderato. Una y otra, y otra vez. Ahora arriba. Después
abajo. Una vez. Abajo. Arriba. Otra vez…
El hombre queda sumido en la
danza de las olas. Y en una suerte de trance, se funde con el mar. Ya no hay
movimiento. Para sentirlo necesita un marco sobre el que dibujarse. Él ahora es
ese marco. Es el pintor y el paisaje. La naturaleza y el arte.
Puede apreciar lo visto y lo
invisible. ¡Cuántos mundos poblados por seres de todas las condiciones serán
sobrevolados por ese barco! ¡Cuántos estratos de existencia ignorados desde la
superficie! ¡Cuántos misterios permanecerán ocultos en los abismos de ese
océano insondable, conservando la inviolabilidad de sus secretos tesoros!
Serán precisas muchas aventuras
vitales –incontables, como los pelos de su cabeza- para poder abrazarlos todos.
Pero hoy, en un instante, soltando la suya propia, saliéndose del tiempo, ha
podido asir la infinitud respirándola en un solo aliento. No buscando.
Dejándose, más bien, encontrar. Permitiendo ser sorprendido.
La nave y el nauta cabalgan el mar, remontando las olas. Una y otra vez. Una y otra vez. Una y otra, y otra vez…
Indiana Om
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hermoso, da tranquilidad y paz
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