martes, 25 de septiembre de 2012

LA ENAMORADA DEL ESPACIO



   Con la cara pegada a la luna del autobús, una chica –casi una niña- atraviesa su propio reflejo para sondear en la noche el oscuro paisaje, buscando una respuesta. Pasada la hora bruja, traqueteada por el vaivén del viaje, Eva deja escapar una lágrima al fin. Es la vuelta a casa después de varios años persiguiendo, en contra de los prejuicios paternos, un sueño. Ella nació para bailar, había defendido un millar de veces, y tras ello abandonó su hogar, allá, en la vieja aldea porteña, a la que ahora regresa derrotada.

"Andrew Atroshenko"
   Las imágenes interiores son tan vívidas, que podría asegurar que lo que recuerda está ahí, afuera, recorriendo ese cielo huérfano de luna. La voz del director de la Compañía Nacional de Ballet, a la que ella aspiraba hasta haberse dejado amputar un dedo, o su propia vida, si hubiera sido preciso, resuena todavía una y otra vez martilleante, ininterrumpidamente, en su agonía. “Eres muy buena, niña, pero te ha fallado la técnica a última hora. Has trabajado mucho, no lo dudo, pero no lo suficiente para derrotar a cincuentaitrés candidatas hambrientas de gloria. Lo siento. Tal vez haya otra ocasión. Sigue preparándote.”

   Ella sabe que cada año que pasa en el universo de la danza clásica, es una eternidad robada al tiempo. Un trabajo de tal intensidad en sostenida lucha abierta contra la edad, que hace envejecer cada una de tus articulaciones, cada fibra de tus muy trabajados músculos, en el calendario de las oportunidades.

        

         
  
   Millones de plié, de arcos y extensiones de columna, incontables pasos sobre las puntillas de sus encallecidos pies. Horas y horas de repetición y ensayo. Más comidas obviadas de las que hubiera querido. La palabra capricho borrada de su dieta. Estirar y estirar hasta lo imposible su cuerpo. Noches cortas mirando de reojo el despertador. Madrugones inhóspitos zarandeada en el metro, chocando con los bultos adormecidos colgados de la barra. Carreras, prisas y esperas en largas escaleras. Y añoranzas. Añoranza de un hogar donde todo era cálido y acogedor, o al menos familiar, conocido, previsible, sustituido por el anonimato, a veces un tanto cruel, de la gran urbe. Morriña del romance que hunde sus raíces casi en la mismísima infancia, y que ya no supo esperarla más, ausentándose.

"William Whitake"
   Un precio tal vez demasiado alto para una triste contienda desarrollada en apenas cuatro frases, que siguen torturándole el ánimo que arrastra consigo, como un cadáver, en ese autocar de línea, el mismo que la sacó de su terruño para emprender la gran aventura capitalina.

   Creyó regresar algún día, puntualmente, y de visita, adornada con la fama y la autosuficiencia, con el triunfo sobrepuesto a todas las contrariedades. Y sin embargo…

   Sus aspiraciones se le escurren a la misma velocidad que esa lágrima que al fin resbala por su demacrada mejilla. Una estrella fugaz agoniza allá, en lo insondable de esa noche insoportable, la noche más temida de todos esos tiempos –casi toda su vida- de esfuerzos que han velado sus sueños.
Una niña, empujada demasiado pronto a ser mujer, consuma su retorno hacia un pasado que creyó ya desterrado en las hojas de un arrugado diario.

   El bus se detiene en un arcén de pedruscos y hierbas. Las lomas suaves le saludan, las sombras la acogen. Allá abajo, donde la carretera agoniza en un camino de tierra que serpentea resbalando, destellan mortecinas las cadavéricas luces de antaño, las luminarias de la aldea que la vio nacer, tal vez demasiado pronto, en un mundo en exceso exigente.

   Apenas un kilómetro, casi mil metros existenciales, le separan de lo de siempre. Un universo de lloviznas persistentes sobre calles apenas empedradas, grises, tristes –demasiado- en los inviernos pizarrosos de antes. Un mundo de paredes desgarradas, como las solitarias almas de sus habitantes. De vacas que cabecean pesadamente resignadas, azuzadas secamente por una vara, mientras avanzan penosas por los estrechos desfiladeros de las casas. Una atmósfera de perros aullando en la noche que sobreviene siempre pronto, demasiado pronto, entre montañas y acantilados, que contienen un mar que invita a soñar con otro lugar y condición.

  La niña que partió, como la mirada que se perdía desde el ventanuco de su cuarto, en una madrugada de verano, ya está aquí, cercenada por la mordedura del primer fracaso.

   Entregó su vida a una meta y sintió que la perdió en algún recodo de la ruta.
"Steven Daluz"

   Una figura famélica, tan desgarbada como triste, permanece clavada con una maleta escueta, en la encrucijada de rutas y caminos. Se diría indecisa, precisamente ella, que supo moverse como pocas en los espacios holgados de los escenarios que holló con sus pies y cuerpo. Lentamente, como poseída, alza la cabeza quebrando su cuello hacia atrás para  contemplar la bóveda de azabache atravesada por mil alfileres perlados de luceros, que le emiten guiños de complicidad. La misma que empujó sus pasos contra viento y mareos generacionales, antaño. Como esperando una señal, se aquietó sin prisa ni rumbo, allí mismo, tal cual había descendido su cuerpo viajero del autocar. De nuevo, una estrella fugaz se derramó hacia el norte alumbrando al fin la ruta. Y con pasos elegantes,  que acarician los suelos de la madre tierra, como sin querer pisar, la cenicienta se encamina al mar.

    Sentada en la playa más solitaria que imaginarse pueda, observada por incontables ojos que brillan desde los planos supramundanos, la princesa desterrada en la cuna de sus propios dominios, contempla la negrura que la rodea desde todas las dimensiones. Deja en paz su respiración y desahoga su pensamiento. Otra voz resuena en su interior. Esta vez sin violencia ni interrupción. Es como una invitación serena hacia sí misma.

"Andrew Atroshenko"
    Se trata de la armoniosa voz de un viejo lama tibetano, residente en un centro budista, cerca de su apartamento de alquiler, allá en la gran ciudad, al cual solía visitar en busca de confiada compañía y consejo. Una voz que llega de puntillas, cual grácil bailarina. “¿Por fin te vas, mi pequeña Dakini? ¿Estás decidida a regresar a casa? ¿A arrojar por la borda en un instante todos los esfuerzos derrochados hasta ahora?” Ni las melodías insinuadas por sus enseñanzas consiguieron retenerla un minuto de más en esa despiadada urbe. “Ya que tal es tu determinación, te diré que tú estás más allá de cualquier suceso traumático o no. Tú eres mucho más que un proyecto de vida. Más, indiscutiblemente más, que una historia personal. Tu esplendor es el de las estrellas que lucen a pesar de sí, un brillo que empalidece con la llegada del sol, tu auténtica condición. El astro rey, mi pequeña, se recluye cada noche para permitir que las hijas de la luz fría puedan lucir sus galas, sus más hermosos sueños. Ellas disfrutan de su fulgor, vigiladas de reojo por la luna nodriza, pero todas nunca olvidan que su historia es posible merced a la inmensa compasión del Padre, que consiente a sus juegos, para que, por unas horas fugaces, ellas sientan una brisa de felicidad que les anuncie la antesala de su esencia, el hogar que reside en sus propios corazones. Ve con las estrellas, mi tierna Dakini, pero no renuncies nunca, por nada ni nadie, a ti.”

   La madrugada de repente se vistió de estío, de sueño de una noche de verano. 

  La bóveda celeste espectacularmente oscura, insondablemente misteriosa, cosida en sus postrimerías al mar por un horizonte que se pierde, y abre sus fronteras a un ejército de estrellas, que invade el espacio por doquier, pareció más cercana esa noche, en ese mismo instante en el que, con los ojos muy abiertos, para no soñar más, la mirada abrazó el espacio todo.

   Todas las pupilas se reunieron. Todas las miradas se reflejaron en ese instante. Una lluvia titilante de polvo dorado pareció deslizarse desde los éteres. La muchacha, absorta y resuelta, ahora cada vez más, contó olas en esa playa olvidada de todos los mapas. Acompasó su corazón con el pálpito de la naturaleza. La respiración comulgó con el vacío, se columpió en los espacios amables que atrajo hacia sí, como en un sortilegio. Todo vibró. Vibró como esa inagotable luz fría que la contempla desde galaxias remotas, desde confines sin fin ni propósito. Todo bailó. Giró al compás de los mundos que se desenvuelven flotando ingrávidos en los espacios siderales. Espirales inmensas rotaron fotograma a fotograma, pesadamente, arrastrando sus infinitos contenidos en su movimiento. Los cuerpos celestes más próximos se estremecieron en improvisada sinfonía, y la danza cósmica arrancó para la bailarina aposentada en el palco de arena de esa playa escondida a la razón. Tchaikovski susurró desde el más allá.

   Eva, apenas Eva, desnuda de Eva, se alza majestuosamente, irguiendo su espíritu al compás de la vertical de su espalda, señalando a lo más alto, aspirando a lo inasible. Una mano mágica y poderosa la había depositado allí, muy cerca de sí, participando de un embrujo divino.

   Rebusca en su zarandeada maleta, que había abandonado en algún punto del escenario. Saca sus mallas, sus bailarinas y el tutú. Los sostiene eternamente en sus manos. Luego alza de nuevo su mirada a las alturas. Las candilejas lejanas aprueban su decisión.

"Steven Daluz"
    Eva, casi sin Eva, más ella que nunca, arroja lejos de sí el utillaje. El disfraz de bailarina. El uniforme de danza. No necesita acreditaciones ahora. Es más, no precisa vestimentas ni envoltorios de ningún tipo que confundan a su corazón indómito. Hija de un Dios mayor, heredera del poder que recrea los universos que orquestan la escenografía de esa noche robada a la eternidad, como  Francisco en la plaza pública de Asís, es bautizada por un Espíritu de fuego, despojándose de todas las prendas ordinarias, sin pudor ante el Sacramento de la convicción más sólida que nunca antes había sentido en ella.

   Eva, que ya no es Eva, investida como Dakini, como bailarina del espacio, desnuda en cuerpo y alma, se entrega, abnegada, al vacío, mientras las palabras del anciano lama tibetano resuenan encadenadas como un mantra ancestral. “Ve con las estrellas, mi tierna Dakini, pero no renuncies nunca, por nada ni nadie, a ti.” La letanía inicia un poderoso crescendodesde su cámara secreta. “Ve con las estrellas, mi tierna Dakini…”  Resonando con ecos cada vez más contundentes. “No renuncies nunca, por nada ni nadie, a ti”. Una suerte de trance chamánico, como la insistencia de un sordo tambor en la noche, se hace sentir. “No renuncies a ti. No renuncies a ti. No renuncies…”  Y Eva, ausente de Eva, vacía de Eva, inicia una danza sublime de movimientos transparentes. Eva, que se reabsorbió en Eva, desnuda de Eva e investida como la Dakini, como la viajera bailarina que puebla los espacios sutiles del Sambogakaya, hilados de incontables vibraciones y energías multidimensionales que habitan las más encendidas creencias del lejano Tíbet, comienza a recrear el espacio que la circunda, que la atraviesa, que está en ella. La Dakini, impúdicamente vestida de inmaculada desnudez, se desentiende de todo lastre, aligerando peso. Se deja poseer sin condiciones. El espacio penetra en ella. La toma. El espacio ahora es ella. No siente separación o distinción alguna, ni tan siquiera de pensamiento, entre su cuerpo y el espacio que lo alberga. Es como nadar en esas aguas que la observan desde la playa. Es como agua nadando en el mar. Como el mar discurriendo en el océano. Espacio moviéndose despacio en el espacio, para no dejar escapar al vacío.

"Scott Mattli"
   “Ve con las estrellas, mi tierna Dakini. Ve con las estrellas”. Su cuerpo opalino esboza bellísimos trazos, sin traza, en el aire. “Eres muy buena, niña, pero te ha fallado la técnica”. Evoluciona con su involución. “Te ha fallado la técnica”. Sus movimientos encarnan las más refinadas melodías. Su cuerpo es sonido. Sentido. Sentimiento que apunta a su fuente. Visión, amor y armonías, se deslizan de la mano, al unísono. “Ve con las estrellas”. Un camino transparente se dibuja en los cielos. Mil luceros marciales flanquean su viaje a ninguna parte. Pura recreación. Al fin danza en estado puro. Danza cristalina. Divina. Movimiento que no cambia de lugar ni posición. Movimiento que no se mueve ni permanece. Explosión inveterada naciente. Clara luz refulgiendo sin sombras ni asombro. La Vida misma viviendo, habitándose, existiendo. El ballet de los céfiros dorados expresándose allende todos los significados y sentidos.

         “Ve con las estrellas”.

   Dicen que al alba, un anciano pescador alzó a su barquichuela, enredada en la red, una figura de cristal. Parecía esculpida en sal porque, al llevarla a la playa más cercana, refulgió con las luces del amanecer en todas las direcciones del espacio. Su brillo era tal que tuvo que echar mano de unas vestimentas de tul que encontró tiradas muy cerca de donde estaba, y envolverla en ellas para no quedar ciego. 

"Scott Mattli"

   También dicen que, una vez arropada con las gasas y el tutú, que parecían hechos a su medida,  ya no pudo nadie mover la figura de allí, que quedó como clavada en ese lugar, indisolublemente encajada en ese marco abierto. Como un templo con el cielo por techumbre.


FIN

Indiana Om 

© Todos los derechos reservados    

31 comentarios:

  1. Escribes de manera exquisita, me encantaron las palabras del lama, ella realmente era mas que un proyecto de vida...el final es como pararse a aplaudir (no exagero), gracias por compartir, precioso!
    besos,

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  2. Eternauta.. nada para, absolutamente nada..

    todo. continua, se mueve, nos recorre, nos invade,nos deja, nos vuelve a tomar..

    y en definitiva nos lleva..

    Un beso

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  3. Un hermoso y relato que merece ser leído con atención y sin intención alguna, sólo la de estremecerse ante la delicadeza de su propio y personal contenido.
    Es como un cuadro pintado en la pared de la mañana, cuando el mundo bosteza sus caminos para sobrevolar la vida.

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  4. La enamorada del espacio y su cielo.
    Habrá para todos un cielo?

    Un placer en esta tarde, Indiana Om.

    Saludos.

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  5. Maravilloso relato, me quedo con
    esta máxima:
    “Ve con las estrellas, mi tierna Dakini, pero no renuncies nunca, por nada ni nadie, a ti"

    Ser siempre uno mismo en la esencia.

    Un gran abrazo

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  6. ¿Por dónde comenzar? ¿Comenzar por agradecer la maravilla compartida, o por declararse absorto ante tanta belleza?
    La sabiduría del Lama que finalmente comprendió la niña-mujer, cuando se hizo una con la danza.
    ¿Qué más puedo decir? Excelente, conmovedor, profundo, intenso.
    Un beso grande

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  7. ¿Qué puedo decir yo?
    Muchas gracias.
    Ser uno con la Vida, expresar en estado puro a ésta a través de nuestros potenciales.
    Más allá de la técnica siempre estará el alma planeando sobre nuestro escenario de la existencia, susurrándonos ecos que la delatan.
    Permitir que la vida se exprese a través de nosotros.
    Indy.

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  8. Como siempre, tan profundos son tus pensamientos, como hermosas tus palabras ... especialmente cuando describes las estrellas, o la luz de las estrellas, casi sin nombrarlas.

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  9. Increible historia y con qué sensibilidad la cuentas, me ha enganchado desde el principio.
    Qué grande es tener una meta, un sueño por el que luchar y vivir y no renunciar a él, pues forma parte de uno mismo.
    Me ha encantado tu relato, precioso.
    Gracias por compartirlo.
    Un beso

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  10. cielos!
    pense en la película del cinsne negro, pero creo que hay muchas chicas-casi niñas (espero no muchas) que vuelvan derrotadas de perseguir su sueño.

    Bien desarrollado post.

    saludos

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  11. Delicadeza, como una caricia, como un soplo de aire en la nuca...

    me gustó el final y esa frase tan hermosa del lama

    has movido emociones en mi, ne ha encantado

    Besos

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  12. No he visto la peli de Cisne Negro, queda pendiente... Soy un Degas, un admirador de la belleza, un enamorado de la danza, del espacio y de todos los que tenéis a bien leerme.
    Gracias, gracias...
    INDY.

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  13. De una belleza impactante, entrega, vida, sueños.

    Ser...

    Gracias por tu pluma


    Abrazos

    ResponderEliminar
  14. De una belleza impactante, entrega, vida, sueños.

    Ser...

    Gracias por tu pluma


    Abrazos

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  15. Sinceramente, un texto lleno de intensidad, de bello dramatismo, de pasión contenida, obra sin duda de una persona llena de sensibilidad.
    ¡Enhorabuena!

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  16. Hola,

    Es una preciosidad de relato, de enseñanza y sabiduría.

    Me ha encantado.

    Besotes.

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  17. Me has emocionado Indiana Om, es como una danza del amanecer, cuando el sol sonríe sobre el mar y te dice lo maravilloso que es ser y estar en cualquier playa escuchando la música del tiempo o sencillamente habitando el instante. Las olas repiten palabras, las palabras crean olas... La técnica falla, pero Eva no renuncia a sí misma. Bellísimo.
    Volveré a leerlo. Un fuerte abrazo.

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  18. Es hermoso de principio a fin.
    La bailarina, la metáfora del camino iniciático. Qué dulce, qué bonito.
    Aplausos y ovaciones. También, besos y abrazos.

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  19. Indiana Om,(mj)gracias por tu visita a mi blog,por algo llegaste,sin duda.
    Ahora lo veo claro...por algo llegaste...
    Tu relato es camino,constancia,lucha,paciencia y sobre todo SER...sentir con intensidad la vida y dar lo mejor de uno mismo,como tú haces en tus letras,amigo.
    Mi gratitud por tu generosidad y mi felicitación por tu grandeza interior.
    Mi abrazo inmenso y feliz jueves,mj.
    M.Jesús

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  20. No renuncies nunca, por nada ni nadie a ti.
    Uf... me ha gustado mucho, gracias.
    Abrazo. Jabo

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  21. que belleza de escrito, que sensibilidad, creo que la danza es como el amor, exige todo y a veces nos deja con los brazos vacios, saludos Indiana Om

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  22. Tiene el espíritu de la saga y la mítica. Esta niña que se hace legendaria, bailarina al natural. Un abrazo. Carlos

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  23. Cómo me gusta la inspiración en el viaje y esa metáfora de arranque en la que el reflejo exterior te lleva hacia dentro.

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  24. Hola, mj. Tengo dudas si Indiana Om eres tú o no, a pesar de que firma Indiana Om; por una razón: entré en el blog de Indiana Om gracias a algún comentario que hay aquí en esta entrada, y me sale: MI BLOG: ETERNAUTA. ¿Podrías aclarármelo?
    De todos modos, seas tú o no, tengo que aplaudir este gran relato que nos ofreces.
    Dakini, persiguiendo su sueño, el baile y desengañándose luego, convirtiéndose en prisionera de su propio laberinto mental tras una vida de esfuerzo, de constancia, quedando sumergida en el desencanto por una ilusión truncada, por la impotencia que la hizo dudar de su propia valía. Pero ahí estaba esperando ese milagro, el gran Lama, descubriéndole el horizonte, una luz en su interior que la redime, volviendo a ser ella misma, la gran Eva, la gran Dakini, sin temores y con la mirada siempre hacia adelante, segura de si misma.

    Un fuerte abrazo mj

    FINA

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  25. Hola Fina, gracias por preguntar tan amablemente.
    Indiana Om es colaborador en este espacio del "Eternauta", por eso mucho de lo aquí publicado lo firma él.
    Abajo, al final de las entradas, encontrarás una reseña, un resumen, una idicación que te situará más en el centro de la persona que firma con el nombre de Indiana Om.
    Espero que te aclare las dudas y te sitúe un poco más en la dinámica del blog.

    Muchísimas gracias por la visita y comentario, has sigo muy generosa y eso es de valorar.
    Un abrazo inmenso, de corazón.

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  26. Fina, un besito indiano.
    Seguiremos en contacto.
    Mj es mi jefa y yo soy un solícito adjunto.
    Un besito a las dos.
    INDY.

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  27. Gracias Indiano Om, por tu aclaración.
    Como suena eso de "mi jefa" ¿ehhhhh?
    Un abrazo.

    FINA

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  28. y a tí, gracias mj, por aclararme las dudas que tenía.

    Un fuerte abrazo desde Barcelona

    FINA

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  29. Fina, es mi jefa, al menos yo la defino así, porque es una de las personas más competentes que conozco.
    besiños.
    INDY

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  30. ¡Pero qué exageraó que eres Indy! ¡por dios! ¡Que tu jefa ya sabes muy bien quien es! jaja...

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