Víctor Truviano
“El Estado Babaji”
Madrid 25 de Octubre-2014
En una población cercana a la capital
de España, pero lo suficientemente apartada como para no sentir el aliento de la
neurosis de la gran ciudad, un grupo de gente va dejándose caer en una sala de
piedra y madera. La escasa luz que filtra la sal de una lámpara New Age tiñe de
naranja la penumbra, anticipando el estreno de “El Estado Babaji” auspiciado
por Víctor Truviano, pránico total, respiracionista o inédico completo, las
etiquetas inevitables le siguen, no sólo acompañando, sino precediendo.
Esterillas, mantas, cojines y sacos de dormir incluso, se desparraman
apretándose por el piso. Saludos, presentaciones, risas o reconocimientos. Es
el eterno ritual de estos eventos tantas veces vivido, muchas otras esperado,
no siempre compartido, ahora, por mí, del mismo modo. En seguida aparece Víctor
cuando la luz, si cabe, es más baja, menos
intensa, casi como una consecuente reverencia. Algunos lo abrazan o
besan sin que apenas haya aterrizado con sus escasos pertrechos, una pequeña
mochila de viaje cilíndrica en realidad, que transporta los enseres del que
vive en la no necesidad. Él se aposenta en un obligado hueco en el centro de la
cabecera de la sala, entre la gente que está más que próxima, embutido entre
los asistentes. Víctor acierta a reconocernos en la casi oscuridad y se acerca,
familiar, a saludarnos. El abrazo de la eternidad, una vez más, se deja sentir.
“Te quiero”, acierto a balbucear
espontáneamente. “Gracias por venir”
susurra, demostrando su enormidad a ras de suelo.
Víctor enciende su pequeña lámpara de
barro alimentada con aceite de nuez. Cada movimiento, cada gesto, cualquier
evolución suya en el espacio, es pura danza. Es muy fácil acertar a desentrañar
la energía de su campo electromagnético a través de la forma, a pesar del
cuerpo, recreando en la tridimensionalidad las sutilezas inalcanzables a la
vista ordinaria, todo un ejercicio de espontánea sabiduría expresada hasta en
el cuerpo. Un paño amarillo made in India, con estampados de Shiva y el mantra
Om garabateado por todo adorno, ante él, en el suelo. Desnudez de parafernalia
en estado puro, y sin embargo uno puede sentirse como en aquellos ancestrales
templos del fuego en la lejana India. Todo está dispuesto en el exterior para
satisfacer mínimamente la costumbre del adorno y del marco.
Sólo queda la tenue luz, ahora, de la
lámpara.
Una breve recomendación técnica de
establecer silencio las veinticuatro horas que durará el encuentro y el
compartir, como a él le agrada decir. En realidad no hay limitación. Habrá una
sesión prolongada desde las cero horas de ese sábado 25 de Octubre, hasta las
cero horas del día siguiente. La publicidad ya avisó que no se ingeriría nada,
como es habitual en este tipo de encuentros con él.
Una conciencia manifiestamente nueva
se ha ido desperezando en la andadura de Víctor Truviano: la conciencia de
Babaji. Ésta apertura a nivel planetario hubiera sido del gusto de él desplegarla
en su Argentina natal, como ya estaba programado. Las causas no vienen ahora al
caso, pero el destino quiso que se abriera aquí, en España, donde se le quiere
igualmente y respeta, se le sigue y admira. Estamos seguros que el alcance de
este ser tardará mucho en ser comprendido, así como la intensidad de su mensaje
ahora también expresado como “Estado Babaji”. Hay algo, me atrevo a decir,
profético en todo lo que expresa, más con hechos, si cabe, que con palabras.
Porque Víctor Truviano no es un hombre
de largas explicaciones técnicas o filosóficas, y sin embargo sus discursos son
las hojas más afiladas que hemos experimentado en toda nuestra extensa búsqueda
entre swamis, lamas o maestros de todos los pelajes, cortando la ignorancia y
la opacidad de las mentes más rebeldes con su pasmosa sencillez. Su más “peligrosa”
arma siempre me pareció, precisamente, esa sencillez. Arma por otra parte de
doble filo que los avezados en espesos e intelectuales discursos corren el
peligro de obviar y no llegar a paladear antes de tragar sin masticar,
eludiendo el sabor de lo inefable. Ahora, todas las ancestrales enseñanzas de
todas las tradiciones recorridas, cobran un sentido. Cada rito, cada
meditación, cada práctica, millones de mantras recitados, desembocan al fin en
el mar de lo natural. Porque eso es Víctor para mí: el auténtico “estado
natural” que tanto proclaman todas las vías iniciáticas que sobrevivieron a mi
severa criba, después de años de búsqueda, -¿por qué no?- de lucha, de vida
casi sin vivir, esfuerzo y aplicación, esmero y diligencia, encanto y desencanto,
encuentros y crisis, de aceptación y entrega, y crítica y rechazo. La sabiduría
de Víctor está impresa en su cuerpo, expresada en la forma, desplegada en cada
ademán que jamás pasa inadvertido a la despierta atención que sabe escudriñar
en la apariencia.
Comienza a esparcirse el mantra de
mantras, el sonido primordial del Om en el ambiente, y algo me dice que es mi
primera vez tras millones de veces entonado por mi garganta, algo des-cubierto,
ancestralmente fresco, como la llama eterna que arde en la pequeña lámpara de
barro exenta de la más mínima distracción decorativa en su función. Le siguen
otras recitaciones mientras Víctor va ubicándose cada vez en diferentes sitios
de la sala, en la postura diamantina, entre los asistentes, desplegando con su
increíble sencillez y cercanía la asombrosa conciencia Babaji.
El silencio vuelve a reinar cuando Vi
se emplaza en su sitio.
Avanza la madrugada y, finalmente, se
echa, como es su íntima costumbre. No es una postura que denote dejadez. Muy al
contrario, con las manos en el pecho y abdomen, la presencia se hace más
elocuente. Todos vamos cediendo al empatizar con él y nos echamos por espacios
de tiempo más o menos duraderos. Como ya ha anunciado Vi, la meditación no es
un asunto de esfuerzo y voluntad, es más, en primicia nos dice que será, con
nosotros, la primera vez que medite en su vida. Y yo me quedo reflexionando
estas palabras, esta concesión al hambre más peligrosa, el hambre del buscador
espiritual, una raza cada vez más extendida y llena de excesos y folklores, que
no duda en sucumbir a mil fundamentalismos en aras de la naturalidad,
enarbolando la bandera del artificio religioso y cultural e importando mil
modismos trasnochados no sólo inoportunos, sino, tal vez, también inoperantes
en la piel de lo ajeno y lejano en el tiempo y el espacio. Sí, hay hambre en el
hombre de comida, de sexo y emociones, de experiencias y sensaciones. Pero
igualmente existe un hambre muy peligrosa: el hambre espiritual que alimentamos
de ritos y mitos, de prácticas y purificaciones a veces hasta la mortificación,
de entregas y enajenaciones, de folklores y renuncias cargadas de ignorancia
que nos van alejando de nuestras vidas y, con ello, de nosotros mismos mientras
buscamos la trascendencia. No es un mensaje fácil de comprender y, mucho menos,
de asimilar. ¿Cómo hacer para no hacer? ¿Cómo practicar la no práctica? ¿En qué
disciplina tengo que adiestrarme para conseguir el no-esfuerzo? Tenemos
necesidad de no-necesidad y ésta se expresa en la incongruencia del lenguaje,
en la contra-dicción, en la proclama de un polo expresando precisamente su
contrario. Tal vez, sólo quizás, sea por ello que Víctor emplee de una manera
tan precisa la palabra en su economía de medios, para evitar “alimentar” la
bestia espiritual que se agita dentro nuestro buscando su ración de carnaza en
cada evento de este tipo. Aquí el buscador al uso queda desarmado ante su
propia hambre hasta, nos atrevemos a decir, devorarla.
Son otros tiempos, otras necesidades
buscando la no necesidad. Otras oportunidades absolutamente diferentes a la
tradición. Es otra expresión. Víctor no es tibetano, ni hindú, ni chino o
japonés. Es un occidental como nosotros que sin embrago viene a hacernos vivir
el perfume más auténtico acuñado en las leyendas de los Himalayas. ¿Hay poder o
siddhi mayor que la no necesidad tantas veces enarbolada en este escrito? ¿Hay
algo más desafiante a los ojos de la ciencia occidental y el severo sentido
común que no precisar ni siquiera cubrir las necesidades biológicas más básicas
del cuerpo, como comer o beber? Sí, él encarna en su grácil figura el poder y
la fuerza de los antiguos rishis védicos. Es alguien que ha conquistado
plenamente la absoluta inedia, el cuerpo pránico y, lo que es más, la
conciencia pránica en ese cuerpo pránico. Ambas realizaciones coexistiendo en
un ser a la vez. Y ese ser, ese hombre, se sienta entre nosotros sin más
autoridad que su humanidad cercana, con su eterna amplia sonrisa como arma
principal, un hombre de pocas palabras y clarividentes hechos que demuestra el
movimiento en la quietud y la expresión más honda sin palabras. Que no necesita
de efectismos ni parafernalias rimbombantes para convencer, ni publicidades o
grandilocuencias para convocar aforos y grupos por todo el planeta.
Sí, el mensaje de Víctor Truviano es
complejo en su sencillez, es esa simpleza tan intensa la que despista a las
mentes ávidas de mensaje conceptual. Justa palabra, acción pura, transmisión
real y viva. Nadie quedará indiferente en su presencia.
Todos nadamos en ese silencio en la
sala apretada de humanidad. Vi se incorpora de cuando en cuando en su clásica
pose marcialmente bella, con una pierna adelantada y sus brazos elegantemente
extendidos para cruzar las manos delante de la rodilla y permitir una espalda
absolutamente estirada. Una de esas veces comienza a trasladarnos el sentido
del Estado Babaji.
“Todos nos creemos –nos dice- un grano de arena, pero en realidad somos un gran planeta en nuestro universo. Tenemos que sentir eso (en realidad nunca fuimos ese grano de arena) y aclarar los cambios que queremos establecer en nuestras vidas. Hay una gran posibilidad para nosotros si así lo creemos. Es más, todas las posibilidades están en nosotros mismos, ¡somos esas posibilidades! Descubrirnos en nuestro potencial y demostrarnos a nosotros mismos y a los demás lo que valemos. El Estado Babaji acaso sea vivir desde la infinita posibilidad. Desde ahora todo puede ser así si lo deseamos.”
Nos solicita que cada uno exprese en
voz alta una cualidad que defina nuestra aspiración en nuestras vidas y, como
una invocación, vamos expresándolas, persona a persona. Las palabras van
flotando en el aire de la sala. Son compartidas en ese espacio único y, lo más
importante, son escuchadas por Víctor en ese mandala que abrió en la oscuridad
y el silencio de la conciencia Babaji. Como un rito, el ser se ha manifestado
en su necesidad, Desde el mundo de las causas se ha arrancado una intención al
océano de la indefinición. En los procesos de Vi todo crece. En el último
“proceso de 11 días” vivido en Ávila, España, dejó muy claro que no se
circunscribía su alcance a sólo ese período de tiempo. El proceso duraría un
año en nuestras vidas. Ahora siento lo mismo. La energía Babaji, esa oscuridad
profunda e intensa que todo lo sustenta desde lo inefable, tan sólo ha
comenzado a desperezarse en nuestras existencias, como la llamita de la pequeña
lámpara de barro que arde y arde titilante, que de vez en cuando Víctor
alimenta con aceite, con esmero, con gestos únicos y absolutamente desnudos de
costumbre, repetición o automatismo. Hasta lo más mínimo cotidiano se torna
extra-ordinario en las manos de este ser auspiciado por una de las Gracias más
puras que se conocen en la historia de nuestra humanidad, el gran yogui inmortal
universal de los Himalayas. Ese fuego que ya hemos visto en los templos de
Nepal o la India que arde intenso y milenario ininterrumpidamente, expresando
en el rito externo el poder del ardiente corazón, de la caverna interior en
cada pecho que abre su fortaleza y se entrega sin remisión a un poder superior.
No, no estamos arreglando vidas con
parches particulares. Estamos ensalzando la facultad creativa de la propia Vida
en sí, en estado puro. Esa fuerza arrasadora de la plasticidad que nos gobierna
y a la que le hemos dado la espalda. Somos eso, vida, y, como tal, pura
posibilidad de cambio, de desarrollo, evolución y… creatividad. Hay que
“almizar” (en palabras del mismo Víctor) nuestra existencia. La fuente que
colma todos los deseos de perfección, una perfección que ya somos y que tal vez
en algún recodo de la existencia hemos perdido en aras de una mente desbocada.
Sin lucha, con amor, con esa paz encantadora que transmite y cala nuestros
huesos y almas en la presencia de este ser, todo parece fácil. Casi por un
momento (sin el casi) podemos acariciar nuestros sueños en esa pureza que hace
suavemente estallar los globos conceptuales con la alegría de una fiesta de
cumpleaños. Así es la belleza y grandeza de Vi, como esa algarabía de infantes donde todo es mágico y, desde
luego posible. Sin esfuerzo ni lucha, natural, por su propio pie. Un pie que él
da, por supuesto. Así vuelve a transmitírnoslo. La propia meditación no
entiende de esfuerzos. ¡Somos meditación! Lo que buscamos está ahí, tan cerca
que a veces no lo vemos y, lo más importante, tan fácil que no lo creemos.
Avanzan las horas, la luz del día se
ha ido filtrando entre los cortinajes que sellan la sala a duras penas. Un solo
rayo puede transformar el ambiente alumbrando esa intensa oscuridad que ha
cedido un tanto a los cantos de sirena que reclaman desde el exterior. Sí, hay
un mundo, muchas vidas por vivir, infinitas posibilidades de trayectos y
combinatorias. Causas por sembrar, efectos por experimentar. Acciones y
reacciones. Así es la vida, incesantemente cambiante donde lo único que nunca
cambiará será el propio cambio. Nos mantenemos en silencio sumergidos en esa
única posibilidad que abre todas las demás posibles.
Como ya dijo Vi en una ocasión, la
alquimia sólo puede producirse entre dos elementos por el mutuo consentimiento,
en la íntima comunión y con el poder transformador más grande que existe: la
conciencia. Nada ocurre sin ella. La atención desplegada y dirigida
conscientemente operará el milagro. No hay maestro eficaz sin discípulo
aplicado y viceversa. Como dijo el gran Ib´n Arabi: “yo existo porque Dios
existe y Dios existe porque yo hago que exista”. La más profunda alquimia del
corazón será únicamente efectiva en ese contacto a través de la clara
consciencia que activa cualquier elemento, todos los encuentros, todas las
situaciones, todos los corazones que arderán empáticamente abriéndose al poder
transformador del Ser en la forma, del infinito mostrándose en un cuerpo, de lo
inefable nombrado en un nombre. Víctor es ese fuego expuesto en su secreto al que,
estimamos, hay que “saber” acercarse. No es sólo un contacto físico en el
tiempo y el espacio tridimensional en que evolucionamos. Vi es la
multidimensionalidad permanentemente mostrada al ojo que puede ver. Sin
esfuerzo, con apertura. Exento de formalismos en la forma. Sin ritos ni
protocolos. En ese estado se vive la autoridad y la excelencia de la que no se
quiere ni precisa convencer. Todo es directo y natural. Como cada uno de los
momentos intensamente bellos que regala la Naturaleza a través de su expresión
en las aves, las puestas de sol o las flores multicromáticas. ¿Qué práctica
habría que desplegar para gozar de un amanecer? ¿Por qué una obra de arte
suscita tan directamente la belleza?... Tal vez porque lo somos. Sólo podemos
percibir lo que somos y debemos recordarlo. Tal vez ese sea el efecto Víctor: suscitar
en ti el reconocimiento de lo naturalmente inherente precisamente con
naturalidad hasta en su misma exposición. Todo artificio atrapará de nuevo a la
mente y la retornará a su interminable laberinto de etiquetas, conceptos y
polaridades. Sólo algo in-ofensivo tomará nuestra sólida fortaleza mental
pertrechada de prejuicios y resistencias. El “meditador” luchará
enorgulleciéndose de su contienda con todas sus estúpidas pérdidas, creyendo con
sus bajas en la eficacia de una batalla que estima más que necesaria para
“matar” al ego. Una sola chispa puede prender en ese campo impregnado de aceite
una interminable guerra. Con Víctor no hay ejércitos que desplegar, ni táctica,
ni entrenamiento. No hay armas ni asomo de disputa. Es por ello que cuando
todos sus encuentros acaban dejan una sensación de liviandad, casi, casi, como
de que nada ha ocurrido, sin embargo el bisturí del amor llega hondo en su
penetración y el perfume de su presencia y sus contactos permanece tan
inagotable como la apertura de tu corazón.
Más una cosa hay que aclarar: Víctor
no juega en esta manifestación ya a maestros y discipulado. El mejor maestro es
el que ha trascendido su propia maestría en el más amplio sentido del término y
sus funciones. El fuego, elemento natural dinámico, calienta al que se acerca,
y ese calor no lo otorga ni el marco ni el recipiente. Arde igual y reconforta
lo mismo en un templo engalanado suntuosamente que en una hoguera que tiembla a
la intemperie de una oscura noche de invierno. El fuego siempre será el fuego
donde arda. Calentará al brahmán y al mendigo. Nada le restará su esencia
inherente, su cualidad, su ”razón de ser”. El Ser es el Ser, a pesar de la
apariencia, de la existencia o del mismo ser. El fuego es mucho más que calor o
luz. El fuego no es tan sólo una cualidad manifiesta. Es sabiduría expresada a
través de la energía, la quietud dinamizada, el silencio que murmura
impertérrito al que escucha, El fuego no puede evitar calentar y calienta por
igual al pagano o al creyente. Sólo el brillo que suscita en los ojos tiñe de
reflejo al espejo…
Avanza la sesión, entre sentadas y
echadas, entre mantras e invocaciones, con su oración para sanar nuestro
cuerpo, nuestra mente y nuestra alma, y para sanar los del planeta Gaya.
Pasadas las veintiuna horas Vi decide
cerrar la velada con una recomendación para establecer la transición hacia el
exterior. Hemos de volver a sintonizar en nuestra mente con nuestras vidas,
ocupaciones y obligaciones. Se alza y solicita que nos despidamos todos con un
gran abrazo. Así lo hacemos. Abrazos y abrazos por doquier a esas sombras que
ahora tienen rostro que me han estado acompañando en esta apertura mundial del
“Estado Babaji”, y, por supuesto, con un intenso abrazo con Víctor
recordándonos que en cuestión de semanas estaremos de nuevo juntos en mi propia
casa que será escenario de las alquímicas sesiones de alma que desarrollará en
la localidad de Murcia, donde ahora vivo.
De nuevo la noche, muy cerrada por cierto, y la carretera que dice devolverme a casa… devolverme a ¿lo de siempre?... Imposible ser el mismo. La oscuridad me acoge.Gracias a ti, querido Vi.
Indiana Om
Después de leer, de nuevo, todo el texto, me doy cuenta que tiene, no sólo un mensaje, tiene mucha enseñanza, por decirlo de alguna manera. Hoy, me quedo con este trocito "aclarar los cambios que queremos establecer en nuestras vidas". Eso es lo más importante para empezar a descubrir, por lo menos, que es "lo que no quermos".
ResponderEliminarGracias por ser un vínculo, el hilo que nos conecta a este ser, y también, hacia nosotr@s mism@s.
Esta crónica merece mucho más que una simple lectura.
Un abrazo inmenso
mj
La conciencia Babaji nos llega a través de un ser como Víctor. Yo la tamizo según mi apertura y, con total devoción, os la entrego con este escrito ardiente... Vaya con todo mi amor...
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